Sabía, por supuesto, que los Blancos no se juntaban con los Negros. No obstante, lo atribuía, al igual que mis padres, a su imbecilidad y ceguera inconmensurables. De ahí que los parientes blancos de Élodie, mi abuela materna, se sentaran en la iglesia dos bancos más allá del nuestro sin girar jamás la cabeza en nuestra dirección. ¡Peor para ellos!
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