Las hazañas del Brigadier Gerard

- ¡Que todos seamos tan valientes en vida y a la hora de la muerte! - exclamó el emperador.
- Amén -murmuré yo desde el fondo de mi corazón.

Hay en el mundo dos cosas que no podré olvidar jamás después de haberlas visto una sola vez: la cara de una mujer bonita y un buen caballo.

Luchaba contra mí la suerte, y la suerte es un enemigo ante quien los hombres más valientes tienen que inclinarse.

Tantas veces he sido herido, que para fijar el número exacto necesitaría pensarlo bien. Con balas de mosquete, con balas de cañón, con bombas explosivas ... ¡qué sé yo!

Violeta alzaba la cabeza no menos orgullosa que yo, como si quisiera decir: "¡Ahora sí que la hemos hecho! No hay quien nos gane a mi dueño y a mí para estas cosas"

¿Pero qué húsar puede pasar sin detenerse donde haya una contienda? Es pedir demasiado: es casi un imposible.

Era horrible el ver cómo se lanzaban sobre ellos los polacos; parecían lobos hambrientos, que se hallaban de repente con un rebaño de ovejas bien cebadas. Supongo que sabrán que los polacos sienten desde hace muchos años un invencible odio de raza hacia los cosacos.

Cuando uno ha visto tanto como he visto yo, se convence de que no es grande la diferencia que existe, y aunque los ejércitos varían mucho en cuanto a la disciplina, todos son casi iguales en valor, con la única excepción de que los soldados franceses son los más valientes del mundo.

El pueblo ignorante y necio cree siempre que los soldados de su nación son más valientes que todos los demás.

Los ingleses eran tipos muy distinguidos y ofrecían un cuadro pintoresco con las chaquetas rojas, los plumajes blancos, los cascos plateados y relucientes y sus largos sables, y estoy seguro de que ellos, por su parte, no podían menos de reconocer que nunca vieron mejores jinetes que aquellos húsares de Conflans.