Sinsajo

¡El fuego se propaga! -grito, decidida a que oiga todas y cada una de mis palabras-. ¡Y si nosotros ardemos, tu arderas con nosotros!

Cada mañana salgo de una pesadilla y descubro que lo de fuera no es mejor

Se convierte en una metáfora de mi situación: yo soy Buttercup, y Peeta, la persona a la que tan desesperadamente quiero poner a salvo, es la luz. Mientras el gato crea que tiene una oportunidad de capturar la escurridiza luz con sus patas, estará encrespado. Cuando la luz se apaga del todo, Buttercup se siente angustiado y desconcertado durante un segundo, pero se recupera y pasa a otra cosa. Sin embargo, lo que de verdad hace que el gato se vuelva loco es dejar la luz encendida, peor en un punto fuera de su alcance, en lo alto de la pared, donde no llega saltando.

-Te cuesta la vida.

-Oh no, te cuesta mucho más que la vida. ¿Matar a gente inocente? Te cuesta todo lo que eres.

Lo que necesito es el diente de león en primavera, el brillante color amarillo que significa renacimiento y no destrucción. La promesa de que la vida puede continuar por dolorosas que sean nuestras pérdidas, que puede volver a ser buena.

Somos seres inconstantes y estúpidos con mala memoria y un don para la autodestrucción.

Por fin me ve como soy en realidad: violenta, desconfiada, manipuladora y letal. Y lo odio por ello.

Cuesta mucho más que la vida. ¿Matar a gente inocente? Te cuesta todo lo que eres.

Sigues intentando protegerme. ¿Real o no? —susurra. —Real —respondo; quizá deba explicarlo mejor—. Porque eso es lo que nosotros dos hacemos: nos protegemos el uno al otro.

Y, de repente, es como si no existiera nadie más en el mundo que estas dos personas que atraviesan el espacio para encontrarse. Chocan, se abrazan, pierden el equilibrio, se dan contra una pared y allí se quedan, convertidos en un solo ser indivisible.