Las mujeres somos tan tontas que no sabemos entretenernos solas durante las comidas.
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Las mujeres somos tan tontas que no sabemos entretenernos solas durante las comidas.
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Nuestras palabras parecen gigantes cuando pueden perjudicarnos y resultan pigmeos cuando intentan prestarnos un buen servicio.
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No hay hombre en sus cabales dispuesto a enzarzarse sin preparación en un duelo verbal con una mujer.
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Ésta es la historia de lo que puede soportar la paciencia de una mujer, y de lo que puede lograr la determinación de un hombre
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Mi hora del té es a las cinco y media y mi tostada con mantequilla no espera a nadie.
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Si cuenta el argumento de la forma que sea, ¿ qué servicio hará a los lectores, al destruir de antemano dos de los elementos principales del atractivo de cualquier historia, como son el interés propio de la curiosidad y la emoción de la sorpresa?
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Sostengo la vieja opinión de que el primer objetivo en una novela ha de ser el de narrar una historia, y jamás he creído que el novelista que cumple adecuadamente con esta primera condición esté en peligro de descuidar por ello el trazo de los personajes, por la sencilla razón de que el efecto producido por el relato de los acontecimientos no depende tan sólo de éstos, sino esencialmente del interés humano que se encuentre relacionado con ellos. Al escribir una novela pueden presentarse personajes bien dibujados sin por ello llegar a contar una historia satisfactoriamente sin describir los personajes; su existencia, como realidad reconocible, es la sola condición en que puede apoyarse la narración. El único relato capaz de producir una profunda impresión en los lectores es aquel que logra interesarles acerca de hombres y mujeres, por la perfectamente obvia razón de que ellos son también hombres y mujeres.
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La natural elegancia de sus movimientos que pude observar cuando se dirigió hacia mí desde el fondo de la habitación me llenó de impaciencia por contemplar de cerca su rostro. Se apartó de la ventana y me dije: «Es morena». Avanzó unos pasos y me dije: «Es joven». Se acercó más, y entonces me dije con una sorpresa que no soy capaz de describir: «¡Es fea!».
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Si tuviese los privilegios de un hombre (...). Pero como no soy más que una mujer condenada a tener paciencia, corrección y faldas para toda la vida, tengo que respetar la opinión del ama de llaves y arreglármelas como pueda de una manera débil y femenina.
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Allí, en medio del camino, ancho y tranquilo, allí, como si hubiera brotado de la tierra como si hubiese caído del cielo en aquel preciso instante, se erguía la figura de una solitaria mujer envuelta en vestiduras blancas; inclinaba su cara hacia la mía en una interrogación grave mientras su mano señalaba las oscuras nubes sobre Londres…
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Es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Ulises