En el instante mismo en que hubo echado el cerrojo a la puerta de su dormitorio, Sarah Leesonsacó la hoja de papel de su pecho -estremeciéndose mientras la tocaba, como si el mero contacto con ésta la produjera dolor- la dejó abierta sobre el tocador y fijó ansiosamente la mirada sobre las líneas que contenía. Al principio solamente vio letras que se movían y se mezclaban delante de ella. Se frotó los ojos y volvió a mirar la cara.
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