El encuadernador

El dolor de no saber
Emmet Farmer siempre ha ayudado en la granja de la familia. Altamente preparado para heredarla, todo se trunca cuando cae enfermo y comienzan a darle ataques de irrealidad. Es por ello que sus padres deciden enviarlo con la anciana Seredith, la mujer lo ha solicitado como aprendiz de encuadernador. A pesar de la negativa de Emmet por dedicarse a una profesión tan terrible, abandonará su hogar y aprenderá el oficio de la encuadernación.
Así la novela nos sitúa en unas coordenadas donde el lector tendrá que desentrañar el secreto de qué es un encuadernador en este mundo. El planteamiento nos enseña que los libros son algo obsceno e inmoral y que aquellos que se dedican a crearlos no pueden ser considerados sino brujos. Y sus padres van a enviar a Emmet a este destino de marginado, ¿por qué?
El lector se mete de lleno en la narración de esta manera, ya que no solo no sabe qué sucede con los encuadernadores, sino que, además, queremos saber qué le ha pasado a Emmet, qué es esa enfermedad que parece que tiene que ver con su condición de aprendiz, como si estuviera predestinado a ello.
La trama avanzará, no os contaré más para no destripar nada, y este dolor por no saber continuará, ya no solo para el lector que cada vez que descubre algo conlleva más incógnitas, sino también para los personajes, ya que el hecho de no recordar determinará los sentimientos y actuaciones de Emmet y el resto de protagonistas.
El dolor de saber
En este juego de espejos y tiempos, ya que en la novela tendremos tres partes, dos en presente y una en pasado, es donde creo que la trama se desvía y podríamos decir que la novela me gusta menos. En realidad, es un problema de expectativas frente a la realidad.
En el enfoque inicial del libro (e incluso el título e incluso el diseño de la edición) parece que se nos quiere contar una cosa, abrirnos la realidad de un mundo un parecido al nuestro, pero con una diferencia clave, la identidad de lo que es un libro. Y eso es lo que espera el lector. Sin embargo, de manera abrupta todo cambia y lo que se nos cuenta es otra cosa. Y en sí está muy bien, porque explica efectivamente para qué sirven los encuadernadores y explica también que a veces hay cosas que no podemos soportar y que ojalá pudiéramos olvidar. Aunque hay opiniones en este sentido para todos los gustos…
Pero, lo que decía, la historia da un giro y Emmet sigue siendo el protagonista, pero por otro aspecto que me ha gustado, pero no era lo que esperaba. Y es aquí donde empieza la historia de amor, una que te gusta, pero que no buscabas al iniciar la lectura.
El valor de nuestras vivencias
En cualquier caso, creo que es una novela que te deja con muy buen cuerpo, satisfecho con la experiencia lectora. En su conjunto, más allá de las expectativas, es una novela completa, con unos personajes muy interesantes, de los que todavía se pueden fabular una vez que terminas la novela y que, aunque las partes arezcan descompensadas, en su conjunto no se hace un libro largo. El estilo consigue esto, ya que es sencillo, ágil y fluido.
Además, El encuadernador nos reflexiona sobre el valor de nuestros recuerdos, de nuestras vivencias, de cómo cambiamos de tenerlas a no tenerlas. Nuestra personalidad es el conjunto de lo bueno y lo malo, no todo lo bueno es bueno del todo, ni lo malo terrible. El final es muy interesante, la pelea conceptual trepidante y muy bien descrita.
Una novela que me ha encantado y que me ha enseñado que la fantástica puede ser algo más sencillo que lo que estamos manejando ahora. Y se agradece, la verdad. Espero que os guste.

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