Un cuento de magia

En los cuatro reinos la magia estaba prohibida, por decirlo de forma sutil. Según la ley, la magia era el peor delito que una persona podía cometer, y para la sociedad no había nada más despreciable.

Debemos compadecernos de la gente que decide odiar, Brystal. Sus vidas nunca serán tan significativas como aquellas que están llenas de amor.

La batalla entre el bien y el mal no se libra en el campo de batalla, sino en cada uno de nosotros. No permitas que la ira en tu interior toma las decisiones por ti.

No importa lo cruel o injusto que sea el mundo, nunca abandones tu felicidad. Y no importa lo mal que alguien te trate, nunca dejes que el odio de otra persona te quite la compasión.

Enterré toda mi ira muy dentro de mí y esperé que, si la hacía llegar lo más profundo posible, nunca más la encontraría. Con el pasar de los años, agregué más y más ira a mi colección secreta y, eventualmente, creé un monstruo en mi interior.

Nada en este universo es blanco o negro. Incluso las noches más oscuras tienen algo de luz y los días más brillantes tienen una pizca de oscuridad. El mundo está lleno de dualidades y nosotros podemos elegir en dónde pararnos entre todas ellas.

Pelear por amor y aceptación es saber lo que es el amor y la aceptación. Y aquel que intente robar activamente esas cualidades del resto deja en evidencia que nunca ha conocido lo que es el amor. La gente que quiere odiarnos y lastimarnos carece tanto de compasión que cree que la única manera de llenar esos vacíos en sus corazones es crear vacíos en los corazones de los demás.

La humanidad siempre necesitó odiar y temerle a algo para mantenerse unida. Después de todo, si no tienen nada que conquistar o derrotar, no tendrían nada para alimentar ese sentido de superioridad. Algunos hombres destruirían al mundo por una pizca de autoestima.

Todos pensamos que somos inmunes a la discriminación hasta que nos pasa -dijo Madame Weatherberry-. Solo hace falta un evento trágico para cambiar nuestra perspectiva para siempre.

Algunas veces, nacemos en un tiempo que no nos valora y, muchas veces, dejamos que ese tiempo determine cómo nos valoramos a nosotros mismos.