Pero, al separarse de Vinca, tuvo una crisis de despojamiento físico, y sintió un horror tal ante el aire fresco y los brazos vacíos que volvió a ella precipitadamente, con un impulso que ella imitó e hizo que se mezclasen sus rodillas. Él tuvo entonces la fuerza suficiente para llamarla «Vinca querida» con un acento humilde con el que le suplicaba que aceptara y olvidase al mismo tiempo lo que intentaba obtener de ella. Vinca comprendió y no manifestó más que un mutismo exasperado, excesivo quizá, un apresuramiento que le produjo dolor. Philippe oyó un breve quejido de rebelión, aguantó un par de patadas involuntarias, pero el cuerpo al que él estaba haciendo daño no se le hurtó, rehusando toda clemencia.
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