El primer correo electrónico le había llegado a David en otoño, justo después de su regreso de Israel, cuando se habían caído las Torres Gemelas: Dina le había escrito para ver cómo estaba y le había transmitido una ráfaga de pésames matizada solo un poco por la presuntuosa sugerencia de que ahora los neoyorquinos estaban experimentando aquello a lo que los israelíes ya estaban acostumbrados desde tiempos inmemoriales.
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