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ISBN : 8429753648
192 páginas
Editorial: Edicions 62 (01/11/2003)

Calificación promedio : 4/5 (sobre 3 calificaciones)
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Críticas, Reseñas y Opiniones (1) Añadir una crítica
Guille63
 07 March 2023
No sería extraño que en algún momento de la lectura les venga a la mente pasajes de la carretera de McCarthy o de El extranjero de Camus o a Josef K. de Kafka, pero es el famoso Bartleby el que a partir de un punto de la narración más rondaba la mía. “Nada exaspera más a una persona seria que una resistencia pasiva”, se dice en el cuento en el que Melville recalca el desconcierto que nos provocan los comportamientos alejados de la normalidad, ese territorio que nadie es capaz de confinar entre fronteras precisas.

Michael K es aquí el Bartleby que desconcierta a todos con unos actos que escapan a cualquier conjetura, que impide cualquier acercamiento, cualquier acción sobre él, que les lleva a cuestionarse si, de hecho, deben hacer algo por él, aunque sepan que sin ayuda está abocado a una muerte segura.

“Michaels significa algo y su significado no es solo asunto mío.”

Desde su nacimiento Michael K provocó extrañeza y rechazo debido a su labio leporino y a su limitada inteligencia. Ello, en un contexto de marginalidad, miseria e injusticia, y tras la muerte de su madre, intensificó su más que posible tendencia natural a la soledad, al silencio, a la rutina vacía de los días todos iguales, a no esperar ni necesitar nada.

“No se veía como un cuerpo pesado que va dejando un rastro, sino como algo parecido a una partícula liviana sobre la superficie de una tierra demasiado dormida como para notar el rasguño de las patas de las hormigas, el mordisqueo de las mariposas, el revoloteo del polvo.”

Carecía de vocación y de ambición, teniendo como único propósito dejar pasar el tiempo. A eso se reduce su libertad, la cual valora por encima de cualquier otra cosa, incluido su salud o su bienestar. No quiere depender de nadie, pero tampoco quiere que nadie dependa de él (“No parecía tener creencias, o al menos no parecía tener una creencia en cuanto a ayudar al prójimo”), no quiere hijos, no necesita amigos ni compañera, no procura ayuda ni caridad, por muy bienintencionada que sea, y responde con el silencio a cualquier intento ajeno por comprender quién es Michael K.

“Cuando tenía trabajo, no se sentía contento ni descontento; daba lo mismo. Podía tumbarse toda la tarde con los ojos abiertos, mirando las ondas y las manchas de óxido de la plancha del tejado; su mente no se desviaba, no veía más que la plancha, las líneas no se transformaban en dibujos o fantasías; él era él mismo tumbado en su propia casa, el óxido no era más que óxido, todo lo que se movía era tiempo, y le llevaba a él en su curso”

Este es el personaje descrito en el capítulo uno, dos tercios del libro, por parte de un narrador omnisciente, que también se encargará del capítulo tercero a modo de epílogo, caracterizado por un estilo sobrio con el que no cabe decir más que lo estrictamente necesario, de forma objetiva y distante que, sin embargo, no nos aleja ni un ápice ni de la historia ni del personaje sino que recalca lo inhóspito del paisaje y de aquellos que lo habitan, un mundo en guerra permanente.

“Se parece a una piedra, un guijarro que, tras haber estado tranquilamente en la tierra, ocupándose de sus cosas desde el origen de los tiempos, de repente ahora lo recogen y lo lanzan al azar, pasando de mano en mano. Una piedra pequeña y dura, apenas consciente de lo que la rodea, arropada en sí misma y en su vida interior... una criatura inconsciente, irresponsable.”

En medio de estos dos capítulos, el autor inserta otro en el que se le da voz al doctor del sanatorio en el que es internado Michael y que será el encargado de enfrentarse a la anomalía que él representa, de plantearnos de una forma más visceral y emotiva las cuestiones centrales de la novela: ¿Se puede ser una isla autosuficiente separado de todo y de todos, indiferente a todo y a todos, se puede ser un animal, una piedra, una planta? ¿Este distanciamiento te protege o te hace más débil? ¿Es envidiable ese afán de libertad pese a todo? ¿Cómo encaja la vida que ha elegido Michael en la sociedad de nuestra época? ¿Se puede hacer algo por él… se debe hacer algo por él? ¿Qué responsabilidad tiene la sociedad en lo que es Michael y en su bienestar, se debe actuar incluso en contra de su deseo?

“Empezaron a encerrar a los simples antes que a los demás. Ahora tienen campamentos para los niños cuyos padres han huido, campamentos para los que patalean y echan espuma por la boca, campamentos para los de cabeza grande y para los de cabeza pequeña, campamentos para los que no tienen un medio de vida aparente, campamentos para los expulsados de la tierra, campamentos para los que descubren viviendo en cloacas, campamentos para las chicas de la calle, campamentos para los que no saben sumar dos y dos, campamentos para los que se olvidan los papeles de casa, campamentos para lo que viven en las montañas y dinamitan puentes por la noche. Quizás la verdad sea que ya es suficiente estar fuera de los campamentos, no estar en ninguno de ellos. Puede que por ahora ya sea un gran éxito. ¿Cuántos quedan que no estén ni encerrados ni de centinelas en la verja? Me he librado de los campamentos; puede que si procuro no llamar la atención, también me libere de la caridad.”
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Vidéo de J.M. Coetzee
Legado del escritor J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940), ganador del Premio Nobel de Literatura 2003, a la Caja de las Letras del Instituto Cervantes. Fotografía cedida por el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA).
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