El tren de las 4.50

Elspeth McGillicuddy ha terminado sus compras de navidad y toma un tren de primera clase a las 4.50 en la estación de Paddington, que se detiene en diversos pueblos de la campiña inglesa, cerca de  Saint Mary Mead, lugar de residencia de su amiga, Miss Marple. En ese viaje otro tren se cruza con el suyo y le permite ser testigo de un asesinato, sin poder hacer nada para salvar a la víctima. Por ello, acude en busca de ayuda a su amiga, apelando a su olfato como detective.

Marple solicita la intervención de la deslumbrante Lucy Eyelesbarrow, licenciada en matemáticas, que disfruta trabajando en el servicio doméstico, organizando la vida de aquellas familias que le pagan generosamente y le permiten cambiar de residencia de manera habitual. A ella le solicitará Jane que se introduzca en la mansión Crackenthorpe para que encuentre el cadáver del asesinato presenciado por su amiga.

Se encontrará, en este pequeño Castillo de Windsord, al anciano Luther Crackenthorpe y algunos de sus hijos y demás familia. Todos ellos, más o menos disgustados, por su relación con el patriarca, su egoísmo y una herencia que parece que puede tardar años en llegar a sus manos.

Con El tren de las 4.50 (1957), Agatha lo ha vuelto a hacer. Y siempre, siempre lo consigue. Aunque esta vez sí que mi apuesta por el asesino resultó ser acertada, no por ello dejé de estar atrapada en la historia hasta llegar a la última página. Christie logra que el mundo deje de existir durante el tiempo que la leemos.
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