-¿Ésa es la idea que tú tienes de un crimen ideal? -preguntó Poirot. -¿No te parece bien? Pues es el modelo que presentan el noventa por ciento de las novelas policíacas. ¿Qué pedirías tú? Poirot entornó los ojos y se recostó en el sillón. Con voz pausada empezó: -Encargaría un crimen bien sencillo. Un crimen sin complicaciones; lo que se podría llamar un crimen íntimo. -¿Y qué entiendes tú por íntimo? -Supongamos que cuatro personas están jugando al bridge Una quinta persona, que no conoce las reglas del juego, se habrá arrellenado en un sillón junto al fuego. Uno de los cuatro jugadores le habrá asesinado aprovechando el momento en que no le tocaba jugar. ¡He aquí el crimen perfecto. ¿Cuál de los cuatro jugadores es el asesino? -La verdad -refunfuñé-, no veo la menor emoción en ese crimen. Poirot me dirigió una mirada de reproche. -No ves ninguna emoción porque no intervienen viejas dagas, ni chantaje, ni esmeraldas robadas a algún ídolo chino, ni misteriosos venenos. Amigo Hastings, eres un ser melodramático. Lo que a ti te gusta no es un crimen, sino una serie de crímenes. -Reconozco que tienes algo de razón en eso -contesté-. El segundo asesinato es siempre el más emocionante del libro. Si el crimen se comete en el primer capítulo y durante el resto de la novela no hay nada más que el trabajo de seguir la pista, es una cosa muy aburrida por su monotonía. + Leer más |