Hercule Poirot frunció el entrecejo. -Miss Lemon. -Diga, monsieur Poirot. -En esta carta hay tres errores. Su voz mostraba incredulidad. Miss Lemon, aquella mujer antipática pero eficiente, jamás cometía errores. Nunca estaba enferma, cansada contrariada ni desacertada. A todos los efectos prácticos no era una mujer, sino una máquina :la perfecta secretaria. Lo sabía todo, lo resolvía todo. Dirigía la vida de Hercule Poirot de modo que también funcionara como un reloj. Orden y método habían sido el santo y seña de Hercule Poirot durante muchos años. Con George, el perfecto mayordomo, y miss Lemon, la perfecta secretaria, el orden y el método reinaban supremos en su vida. Y ahora que los buñuelos los freían cuadrados, no podía quejarse de nada. |