En la orilla

Si en “Crematorio” Chirbes nos contaba cómo se fue acercando a la orilla aquel tsunami económico que supuso el estallido de la burbuja inmobiliaria, en esta otra orilla veremos lo que quedó tras su paso, un escenario propicio para que el autor de rienda suelta a su punto de vista tremendamente pesimista sobre el ser humano.

Chirbes es el Lobo Antunes patrio, sobre todo en esta obra en la que predomina la narración en primera persona, la misma verborrea incontenible (no es peyorativo), ese derroche narrativo que ambos comparten, esa literatura chorro, imparable, sin apenas pausas que conforman esas páginas que parecen impenetrables muros de palabras que son una delicia penetrar a pesar de la tristeza que destilan. Como es habitual en el autor portugués, también aquí se combinan pasado y presente, e incluso el futuro, en este collage de imágenes que, sin ningún orden (aparente), componen la obra.

Porque eso es la novela, un gran collage de imágenes inconclusas que vuelven una y otra vez para perfilar detalles que quedaron sin rematar y afinar el dibujo de los personajes, su carácter, su historia, su paisaje. Imágenes de cielos llenos de plumas y grúas inmóviles y abandonadas, de esqueletos de edificios, de montañas de escombros, de aguas contaminadas y pestilentes, de hombres heridos sentados ante el televisor día tras día, de mujeres dejando en la caja del supermercado ese lápiz de labios que no se pueden permitir. Imágenes que componen la derrota colectiva que han sido estos años y que es el escenario de este relato, y donde se abren agujeros negros que, como en esos libros infantiles donde la ilustración a doble página está plagada de múltiples ventanitas que pueden abrirse gracias a unas pequeñas pestañas, asistimos a muchas otras situaciones, otros muchos cuadros que nos enseñan aquello que surge más fácilmente en los momentos difíciles pero que siempre estuvo ahí, aquello que nos conforma independientemente del contexto que nos toque vivir. Un mundo en el que no existen ventanas a la esperanza.

No existe el equilibrio en el universo de Chirbes, en el que la familia, que te condiciona en tus inicios, se convierte en una pesada cadena que te sujeta y te detiene después; en el que el amor es fuente de sufrimiento; un mundo en el que te persiguen los anhelos juveniles no alcanzados ("te persigue lo que no alcanzas"); en el que pronto se malogra la ilusión de ese sucedáneo de inmortalidad que son los hijos; un mundo que acaba en la desesperanza senil ("Como si la vejez no fuera un estúpido epílogo y tuviera algo que ver con la vida propiamente dicha"). Todo es degeneración, toda la vida es una caída, el deterioro físico, el avinagramiento del carácter que nos invade tras la acumulación de decepciones, de amores malogrados, de metas no cumplidas, de errores e injusticias cometidas y soportadas, de amistades corrompidas. Pobres, ricos, explotados y explotadores se unen en esa tremenda concepción del ser humano. Muchos pierden, otros saben caer de pie... los peores de todos.