Miro fijamente a mi padre. Me cuesta respirar. ¿Es esto el shock, que el aire se convierte en pegamento?
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Miro fijamente a mi padre. Me cuesta respirar. ¿Es esto el shock, que el aire se convierte en pegamento?
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La pena es un tipo de enseñanza cruel. Aprendes lo poco amable que puede ser el duelo, lo lleno de rabia que puede estar. Aprendes lo insustancial que puede resultarte el pésame.
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¿Es posible volverse posesiva con el propio dolor? Quiero llegar a conocerlo, quiero que me conozca.
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La felicidad se convierte en una debilidad porque te deja indefenso frente al dolor.
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«Como siempre he querido tanto a mi padre, con tanto fervor, con tanta ternura, en el fondo siempre he temido este día.»
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La felicidad se convierte en una debilidad porque te deja indefenso frente al dolor.
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Es un refugio, está negación, este rechazo a mirar. Por supuesto, el esfuerzo conlleva su propio dolor, y por tanto estoy mirando de reojo en la sombra oblicua del mirar, pero imagina la catástrofe de una mirada directa, inquebrantable.
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¿Quizá el amor, aunque sea inconscientemente, conlleva la arrogancia engañosa de creerse a salvo de la pena?
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La pena no es diáfana; es sólida, opresiva, una cosa ópaca. Pesa más por las mañanas, después de dormir: un corazón plomizo, una realidad terca que se niega a moverse: no volveré a ver a mi padre. Nunca más. Es como si me despertara solo para hundirme cada vez más. En tales momentos estoy segura de que no quiero volver a enfrentarme al mundo.
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La Pena era una celebración del amor, quienes sentían auténtica pena habían tenido la suerte de amar.
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"Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo" ¿El personaje de qué libro está hablando?