El gato agazapado junto al agujero del ratón. Espera. La espera eterna que existe desde que hay gatos y ratones, y seguirá existiendo mientras queden ratones y gatos. Tiempo en suspenso. Tiempo que se mece. Tiempo que se esquiva. Tiempo coagulado de la espera y el miedo. El gato aguarda; su espera es tan deliciosa que le da igual de seguro que el ratón asome el hocico fuera del agujero y venga a corretear al alcance del zarpazo. El ratón, por su parte, adivina que va a morir, pero ¿cómo resistir esa curiosidad, cuyo castigo sabe que es la muerte? Jamás ha visto a un gato cara a cara. Y saltará. El ratón verá los ojos dilatados, los colmillos de marfil, el hocico rosa; oirá el rugido de alegría victoriosa del monstruo. Durante una fracción de segundo, verá lo que siempre soñó ver... Hay un momento en el que, en un abrir y cerrar de ojos, la vida cae hacia la muerte; en el que todos los diques se rompen; en el que la carne conoce el pavor de sentir esta vida que se le escapa; en el que extrañas oleadas de claridad, remolinos de lucesitas, la corroen como el radium. Y toda la tierra y todo lo que debe ser sabido es dado en este relámpago. Después, todo vuelve a caer en las tinieblas y en la muerte. El hocico rosa, los colmillos de marfil, los ojos dilatados y, enfrente, una bolita gris de carne aterida. En este instante, ratón, lo comprendes todo. Eres toda la sabiduría y toda la ignorancia. Algo así como la universalidad fulgurante de Dios.
+ Lire la suite