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Alex se horroriza al saber que su hermano ha forzado a la chica “tonta” del pueblo a mantener una relación con él. Atormentado por la culpa, decide hacerse cargo de ella y de su futuro hijo. Pero nunca se imaginaría enamorarse de Annie, cuya dulzura, bondad y forma de ver el mundo le hará comprender que nunca hay que mal juzgar a nadie. Lo que más me ha gustado de esta historia, es como la autora da a conocer el trato que recibían en el siglo XIX aquellas personas que podían tener un trastorno mental. Maltrato físico y psicológico, negación de una educación, infantilización, o aislamiento social, son algunas cosas a las que Annie se ve sometida por parte de sus padres. Esto, también unido a un sentimiento de vergüenza de su familia y la creencia de que por su condición, ella no tiene sentimientos. Por otro lado, también hay otras críticas muy interesantes sobre las convenciones sociales, el mantener las apariencias, el poder del dinero y del abuso sexual hacia las mujeres (se trata el tema sin florituras y se condena al violador, algo que se agradece) Con respecto a la parte romántica, tengo sentimientos encontrados. Por un lado, hay escenas muy dulces y bonitas entre Alex y Annie cuando de verdad empiezan a conocerse y Alex es capaz de ver más allá de una discapacidad. Pero por otro lado, la actitud de Alex en ciertos momentos es bastante dramática: hay tal idealización de lo que significa Annie para él, que hace comentarios como que sin ella no podría ser feliz y su vida no tendría sentido. Además, de que creo que hay otros comentarios que se pueden acercar perfectamente al chantaje emocional. Aunque luego, vemos que constantemente interpone el bienestar y la felicidad de Annie a otras cosas. Estas contradicciones en la personalidad de Alex me han molestado un poco y aunque he disfrutado mucho del romance y de la evolución de Annie, no puedo evitar poner una nota inferior a la que se merece. |
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