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Crítica de Paloma


Paloma
29 June 2019
“Y entonces, coléricos, nos desposeyeron, nos arrebataron lo que habíamos atesorado: la palabra, que es el arca de la memoria.”

Balún Canan fue una de las lecturas que descubrí durante mis años universitarios y hoy en día, casi doce años después de haberla leído por primera vez, recuerdo el impacto que me causó la historia y, sobre todo, el desenlace. Creo recordar haber llorado, o mínimo, tener mis ojos húmedos. Después me leí casi todo lo que pude de la Castellanos, emocionada de haber descubierto a una gran escritora mexicana, aunque a decir verdad, ninguna de sus obras perduró tanto en mi memoria como esta novela. Un viaje reciente me llevó por primera vez a Chiapas, estado en el sur de México, específicamente a San Cristóbal de las Casas y un golpe de nostalgia me trajo inmediatamente a la memoria a la autora y a esta novela en particular.

Ahora bien, tengo que reconocer que, el miedo que tengo a veces de releer clásicos de mi primera juventud se volvió realidad con este libro. Es difícil y estas semanas he intentado procesar qué fue lo que sucedió, o que no me convenció esta vez, pero a ciencia cierta, no lo sé. ¿Quizá, como todo, hay libros para ciertas épocas y edades? Y digo que ha sido difícil este desencuentro, porque en verdad, fue un libro que me fascinó durante muchos años.

Balún Canan narra la historia de una niña, hija de una familia de “hacendados” en Chiapas, o lo que queda de ellos, durante la época del Presidente Lázaro Cárdenas, es decir, mediados de la década de los 30. Las familias de Comitán se revelan ante una nueva administración que busca reivindicar los derechos de los grupos indígenas en el sur de México y quienes de pronto ven desafiado el status quo y piensan, con un claro racismo y discriminación, que los indígenas no saben lo que quieren y que es gracias a ellos, a los “blancos”, que han tenido paz y estabilidad. Aparte de los conflictos sociales y políticos, la novela también aborda la situación de la mujer –la primera y tercera parte de la historia es narrada por una niña sin nombre, hija de la familia de terratenientes Arguello, que tiene un lugar secundario en su familia. El más importante es el varón, el hombre que heredará todo, su hermano Mario. La niña permanece anónima, siempre a la sombra, relegada. Es también ella quien con mayor sensibilidad narra algunos aspectos del mundo indígena, que conoce a través de su nana, y de la opresión en la que han vivido estos grupos durante años.

A través de otros personajes –como Ernesto y Matilde (pareja a quien en mi juventud idealicé y ahora me pregunto, ¿cómo?), Rosario Castellanos retrata ese mundo del México de los cuarentas en el sur del país, contradictorio, injusto, abusivo y lleno de rencor por las diferencias sociales y económicas. Tristemente, siento que muchos de los temas que aborda la autora siguen estando vigentes y eso es un retrato muy duro de la realidad.

Ahora bien, ¿qué fue lo que no me gustó en esta ocasión de la novela? Creo que principalmente, el cambio de voces narrativas rompió un poco la continuidad o el estilo de la narración. Como mencioné, la primera y tercera parte son narradas por la hija de los Arguello; la segunda parte es narrada en tercera persona, por un narrador anónimo. Asimismo, mientras en algunos de los capítulos se presentan las mitologías y condiciones de los tzetzales, grupo indígena en México; en otros se regresa abruptamente a la realidad de un México convulso y lleno de prejuicios. Esto no es en sí lo que me molesta, sino la transición que quizá me pareció un poco abrupta de un tema a otro. Sin embargo, esto puede ser una percepción meramente personal, pues no deja de ser una cuestión de estilo.

Por último, creo que los personajes a quienes en aquella primera lectura había idolatrado, Ernesto y Matilde, me parecieron bastante insufribles, ahogados en sus propios temores y fantasmas personales. Ambos eran, de hecho, sobrino y tía respectivamente –ella, una mujer madura ya tildada de solterona, y él, un joven que de pronto se ve convertido en maestro de los indígenas aunque apenas terminó la primaria. Por azares del destino coinciden y si bien no se enamoran, inician una relación que es bastante tormentosa –por los complejos de él por ser un hijo bastardo y ella, por ser una mujer sola y entrada en años. El final de ellos es bastante trágico y si bien entiendo que era otra época y el contexto social era bastante opresivo, simplemente no pude con su cobardía. ¿Será demasiado dura? Probablemente.

Con esta reseña, no dejo de reconocer el talento de Rosario Castellanos, una escritora y activista en toda la extensión de la palabra, de las primeras en México, y su extraordinaria pluma –porque existen apartados llenos de conocimiento, apreciación y amor por el pasado indígena y una denuncia importante ante el silencio y el maltrato al que se han visto sometidas. No obstante, esa fascinación que sentía por la novela, en algún momento, se perdió.
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