Adela: —¿Es esto el amor? Peregrina: —No, eso es el miedo a perderlo. El amor es lo que sentías hasta ahora sin saberlo. |
Adela: —¿Es esto el amor? Peregrina: —No, eso es el miedo a perderlo. El amor es lo que sentías hasta ahora sin saberlo. |
Abuelo: —(...) Si fuera por mí, te recibiría tranquilo. Tengo setenta años. Peregrina: —(CON SUAVE IRONÍA.) Muchos menos, Abuelo. Esos setenta que dice, son los que no tienes ya. |
Abuelo: —Mírame a los ojos y atrévete a decir que no me conoces. ¿Recuerdas el día que explotó el grisú en la mina? También yo estaba allí, con el derrumbe sobre el pecho y el humo agrio en la garganta. Creíste que había llegado mi hora y te acercaste demasiado. ¡Cuando, al fin, entró el aire limpio, ya había visto tu cara pálida y había sentido tus manos de hielo! Peregrina: —(SERENAMENTE.) Lo esperaba. Los que me han visto una vez no me olvidan nunca... |
¿De qué le sirve correr las cortinas y empeñarse en que es de noche? Al otro lado de la ventana todos los días sale el sol.
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Hoy tienes otros ojos y un vestido de fiesta; es natural que tus palabras sean de fiesta también. Pero ten cuidado: no las cambies al cambiar el vestido.
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Estaba pensando que siempre falta algo para ser feliz del todo.
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A la vida y a mi nos ocurre esto muchas veces; que no sabemos el camino, pero siempre llegamos a donde debemos ir.
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Pero tú perteneces a un pueblo que ha sabido siempre mirarme de frente. Vuestros poetas me cantaron como a una novia. Vuestros místicos, como una redención. Y el más grande de vuestros sabios me llamó "libertad".
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Abuelo: —Creíste que podías engañarme, ¿eh? Soy ya muy viejo, y he pensado mucho en ti.
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Nunca imaginé que la risa tuviera tanta fuerza.
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Es el primer libro publicado por Carlos Fuentes.