El beso no pudo controlarlo, igual que tampoco habría podido controlar el temblor que le atravesó el cuerpo y se instaló en su corazón. Eso no era deseo, ni lujuria, ni atracción física, ni química; aquello era inevitable, era piel y sudor y seguramente lágrimas en el futuro, pero también era el sentimiento más grande y puro que podía existir jamás entre dos personas.
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