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Mientras el ejemplar reposaba sobre la mesa tuve la sensación de que este libro respiraba. Y sí. Ascendía y descendía con la cadencia propia de la respiración relajada. Hasta que un día vi como movía su cubierta y contracubierta, aleteando, y volaba por la casa cual mariposa. Conseguí agarrarme a ella, a su ala izquierda, y bien sujeto me dejé llevar. Voló hacia Bucarest, a la casa de Mircea desde la que ve la ciudad a través de su triple ventanal como un tríptico. No sé si la mariposa es una de esas que encontraron los antepasados de Cartarescu bajo las heladas aguas del Danubio, la salida del vientre de la mujer atrapada en un ascensor o la de la cadera de su madre, pero me transportó a través de la realidad, los sueños y las alucinaciones, apenas separadas por líneas finísimas. Allí me acerqué a la historia de la madre del autor, llegada a la ciudad junto con su hermana desde el pueblo. Sufrieron la dureza de la Segunda Guerra Mundial y nos sirvieron de guía para volar miles de kilómetros hasta Nueva Orleans, donde conocí la historia de una secta: Los Conocedores, protagonistas del último relato del libro, tramo final antes de llegar a la cumbre de una obra que es el Todo. No sé utilizar otra palabra para definirla: todo. Tantos temas: Anatomía, Religión, Filosofía, Biología, Medicina, Política... Circos que se mueven con extrañas rutas, ángeles que emprenden una lucha contra muertos que vuelven a la vida... Es la fascinación, la complejidad, la imaginación volando más allá de los límites del universo. Ha sido un vuelo estimulante, difícil en muchas ocasiones, pero de una belleza tal que no quiero imaginar la dimensión de la trilogía completa. Tras el viaje, la mariposa descansa, pues más adelante alzará el vuelo de nuevo y volveré a volar con ella, esta vez sujeto a su cuerpo. Y mientras yo me recupero, alabo también la labor de la traductora con este impresionante libro, pues ha hecho un trabajo minucioso, propio de pulso de cirujano. Enlace: https://www.instagram.com/p/.. |
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