La danza de la gaviota

Se diría que Andrea Camilleri disfrutaba torturando a su personaje estrella con la conciencia del inexorable paso del tiempo, un camino que solo conduce a la muerte. O tal vez proyectara en él su propia angustia vital. Lo cierto es que en La danza de la gaviota (2009) nos encontramos con un Salvo Montalbano enfrentado a estos miedos desde la primera página, en su propia casa de Vigàta.

Esta vez el memento mori se presenta en forma de gaviota. El animal, moribundo, ejecuta un postrer vuelo ante los ojos de Montalbano, que lo observa desde la terraza de su casa. El ave acaba cayendo a tierra, para morir en la arena.

También es cierto que el autor ofrece un alivio al comisario. Una salida: la reconfortante aunque intermitente presencia de su novia Livia y la pasión por el trabajo.

Una curiosidad de esta novela es que Camilleri dedica un curioso guiño a sus lectores: en Montelusa se está rodando una serie sobre el comisario. A Montalbano no le gusta que el personaje que le interpreta, un tal Zingarelli (en la vida real ese papel lo hace Luca Zingaretti), sea más joven y tenga más pelo que él.

La trama de esta nueva aventura gira en torno a la investigación sobre una peligrosa organización criminal dedicada al tráfico de drogas. Pero el hecho fundamental que marcará el desarrollo de la novela es la desaparición de Fazio, la mano derecha de Montalbano. Encontrarlo se convertirá en una angustiosa obsesión para los policías de Vigàta.

Nadie se atreve a decirlo en voz alta, pero la posibilidad de que Fazio esté muerto es muy real. Montalbano lo sabe bien.


Fazio y Montalbano en el capítulo de la serie inspirado en la novela.
Abrumado por la situación, el comisario muestra su peor cara a sus colaboradores y conocidos. No escatima en comentarios hirientes y despectivos, al tiempo que se sume en reflexiones amargas, desprovistas del habitual toque de humor sobre el mundo y los personajes que lo habitan.

Esta original trama convierte a La danza de la gaviota en una de las novelas más intensas y angustiosas de la saga. Una lucha contrarreloj en la que el lector casi puede sentir en carne propia la desesperación contenida del comisario. Todo, como siempre, maravillosamente contado por la pluma maestra de Camilleri. El siciliano tenía 87 años cuando publicó este libro, confirmando que estaba en plena forma.
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