Las malas

Las malas es una obra maestra, sí, así nomás.
Camila cuenta la historia de su vida y lejos de ser una novela de autosuperación, es un relato en el que se mezcla la realidad más dura (esa que como mujer cis privilegiada no puedo imaginar y de la que no me voy a apropiar) con la magia. Cuando Camila era una jovencísima estudiante sola en la ciudad, se encuentra con las chicas del Parque Sarmiento y de pronto halla su lugar de pertenencia en esa familia disfuncional liderada por la tía Encarna. A su vez, aparece un bebé abandonado en el parque que es arrebatado de las garras de la muerte por Encarna, y todas lo adoptan. El sentido de comunidad, el amor, la unión y la importancia de tener quién te cuide siendo una travesti joven o un bebé abandonado, se unen en esta obra para demostrar que a pesar de vivir en un mundo horrible, siempre hay alguien que va a lamer tus heridas y te va a dar razones para festejar, porque como dice Angie: "ser travesti es una fiesta". Porque estas chicas que la sociedad descartó como basura vieja, se reciclaron a sí mismas para ser hadas, lobas, furias y ninfas que cada noche peleaban con la muerte y a veces ganaban.
Es excelente la manera en que la autora narra sus vivencias amalgamando lo autobiográfico con ciertos tintes mágicos que me recuerdan a García Márquez, sobre todo en la historia de María que me lleva directo a la de Remedios la Bella por alguna razón. Las malas es una obra de arte, pero también es un manifiesto: las identidades autopercibidas existen, se expresan y escriben.