Las malas

Las malas es un libro difícil de digerir por la violencia que inevitablemente debe estar presente en cualquier crónica de la vida de la comunidad trans en Argentina. Sin embargo, esa violencia está acompañada de una prosa maravillosa, que alcanza en algunos pasajes un lirismo deslumbrante, e intercalada con lo que Juan Forn llama en el prólogo “la fiesta de ser travesti”. Camila y sus compañeras en el libro enfrentan situaciones atroces, injustas, indignantes, pero lo hacen también acompañadas de una comunidad: “Se mueven así, como si fueran manada”. Y en esos lazos de sororidad es donde en el mejor de los casos encuentran la fuerza para seguir adelante, para mantenerse firmes en su identidad y su deseo frente a un mundo hostil, violento y que usa a las travestis como depositarias de sus peores instintos.

Un momento memorable es la celebración de Navidad en que Camila y sus amigas arman una fiesta maravillosa y glamorosa a pesar de estar en un barrio con calles tan llenas de barro que tienen que sacarse sus tacones para poder llegar. Es un momento de comunión, donde la orfandad que cada una de ellas ha debido sobrellevar frente al rechazo de sus familias queda anulada y sienten que pertenecen a otro tipo de familia, armada por elección y en defensa propia.

Lo más importante para mí de esta obra es, primero, la reivindicación de subjetividades invisibilizadas, acalladas en aras de “lo normal”, y por otra parte, la creación de un lenguaje y una estética que pueda expresar esa subjetividad. “El lenguaje es mío. Es mi derecho, me corresponde una parte de él. Vino a mí, yo no lo busqué, por lo tanto, es mío. Me lo heredó mi madre, lo despilfarró mi padre. Voy a destruirlo, a enfermarlo, a confundirlo, a incomodarlo, voy a despedazarlo y a hacerlo renacer tantas veces como sean necesarias, un renacimiento por cada cosa bien hecha en este mundo.”