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Crítica de Yani


Yani
01 November 2018
A ver. Tengo que renunciar a convicciones propias para ponerle cuatro estrellas a este libro. Estoy usando ese método desde que empecé a leer la saga y seguiré usándolo en el próximo volumen, pero no por eso dejaré de insistir en esto: Lewis y su anticuada repartición de roles me tienen harta. Ya estábamos en la mitad del siglo XX cuando se escribió esto. Es un libro infantil y sostengo lo mismo que en Twain: no se los daría a una hija, sobrina, nieta o lo que sea para que lo lea. O les advertiría sobre ciertas cuestiones, al menos. Me cansé de encontrar esos detalles y de recopilarlos. Y como es mi reseña, me daré el lujo de decir algo: muy en el fondo, quiero que la Bruja gane.

La historia empieza con Jill Pole, una niña a la que sus compañeros de escuela maltratan. Se cruza con uno de los chicos que no lo hacen y casualmente (ok, no tanto) se encuentra con Eustace Scrubb, quien ha mejorado notablemente desde su regreso de Narnia. Cuando por una cosa u otra ambos aparezcan en allí, Aslan les dará una misión muy importante que involucra a un príncipe perdido, instrucciones que habrá que seguir a rajatabla y una bruja malvada que misteriosamente está involucrada en todo.

Y lo que sigue es típico en toda novela que implique una travesía. Jill y Eustace necesitarán buscar un guía y sortear una serie de calamidades que los desvía de su meta. Hay un par de aventuras que no son destacables (la de los gigantes, por ejemplo) y hay, afortunadamente, planteos muy buenos de reinos hasta ahora desconocidos, algo que a Lewis le sale de maravillas. El estilo de la narración me parece acertadísimo para contarle una historia tan extensa a un/a niño/a. Por supuesto, le resto la queja del primer párrafo de la reseña. En toda la saga la construcción de lo femenino como el eje del mal y de la inutilidad me parece atroz. La preponderancia de lo masculino resuena por todas partes (hasta hay un comentario desafortunado sobre la autoridad, todo muy Génesis) y la desigualdad desborda el libro. Ellos usan espada, ella usa un látigo (si es que no se queda acurrucada de miedo). Es curiosa la forma en que esas imágenes se impregnan tanto en una persona, porque hasta el día de hoy sigo cruzándome con comentarios como “más miedoso que una nena” cuando se quiere calificar la cobardía de un varón (quien, por cierto, también recibe la presión de ocultarla, como sucede con todos los personajes masculinos en Narnia). Las críticas del autor a las escuelas mixtas merecerían un párrafo aparte, pero sinceramente quise pensarlo en la medida justa y no amargarme más, ya que me queda un libro para terminar. Invoco a mi (poca) paciencia.

Después de los párrafos de descargo, puedo decir que me resultó una lectura bastante linda si le quito las rabietas sobre género. No aseguraría que mantuvo mi atención en todo momento, pero sí puedo decir que muchos episodios me resultaron muy atractivos, sobre todo los que daban miedo. No sólo hay un mérito literario propio en Lewis (haber creado mundos y personajes distintos no es algo que se haga mágicamente), sino también un mérito como lector. Es imposible leer Narnia y no establecer conexiones con otros libros, empezando con la Biblia y llegando hasta Sir Gawain and the Green Knight (con esta asociación creo que me fui por las ramas, pero no importa), por ejemplo. Lo lamentable es que ninguno de los personajes principales está a la altura de la trama. Lewis tiene esa manía de poner al frente a jovencitos irritantes que necesitan mejorar el comportamiento y vuelve la lectura bastante pesada porque no generan empatías, sino una constante sensación de estar recibiendo lecciones de moral a través de ellos. Sólo pude enamorarme de Charcosombrío, que ni siquiera es un ser humano, pero que tiene una perspectiva de la vida tan bonita y tan sombría (valga la redundancia) al mismo tiempo que da ternura. Celebro a otro personaje y me reservo el nombre porque creo que sería un adelanto en el argumento. Otro punto flojo es el del final, cosa que ya marqué en varias reseñas de esta saga. Todo se resuelve demasiado rápido y no deja lugar ni a las preguntas ni a las respuestas. La estructura es bastante repetitiva.

En general, el libro me gustó. El problema principal sigue y seguirá siendo la incapacidad de Lewis para manejar personajes y para reducir al narrador crítico, moralista y retrógrado. Insisto: no puedo meterme de lleno en un libro que me está pegando una patada explícita por lo que soy. La culpa no es mía, sino de quien me señala con el dedo.
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