Un buen thriller en verano no hace daño, que diría aquel, y a 40 grados apetece algo que entre fácil y sea fresquito... pues eso es Desaparecido. Cuando conocemos a la familia Wilkinson, han pasado seis meses desde la desaparición del hijo pequeño, Billy. Seis meses en los que no han recibido ni una sola noticia de él, con lo que no saben a ciencia cierta si se ha marchado por voluntad propia o si alguien se lo ha llevado. Seis meses en los que han tenido que pasar por muchas fases, tanto a nivel personal como familiar, para adaptarse e intentar reconciliarse con la situación. Seis meses en los que les ha dado tiempo a pensar muchas cosas, a reflexionar sobre muchas situaciones, a sospechar de mucha gente y a mirar con recelo a aquellos más cercanos al adolescente, padre y hermano incluidos. Seis meses en los que se aprende a vivir con ese vacío, con esa incertidumbre, de cara a la galería, pero en los que las vidas de los que quedan atrás, esperando, buscando, intentando comprender, se hacen pedazos por dentro. Cuando desaparece un adolescente se desata el caos en su núcleo familiar, y eso es lo que C.L. Taylor intenta transmitirnos en esta historia. Hay dos tipos de narración en el libro: uno que recoge fragmentos de conversaciones de alguna red social entre Billy y una persona de la que desconocemos su identidad desde 6 meses antes de la desaparición; el otro escoge como narradora en primera persona a la madre de Billy, Claire. El primero nos muestra a un Billy que a duras penas reconocerían sus padres, ese otro yo que los hijos tienen y que sus padres desconocen, ese hijo que muchos padres jamás pensarían que tienen; en el segundo todo lo vemos a través de los ojos de Claire, desde su subjetivo punto de vista, y me ha gustado mucho la forma de plantearlo, sus reacciones, sus sospechas, su desesperado intento de aferrarse a algo que le haga mantener la cordura, su desasosegante miedo a que su familia se rompa en pedazos. Junto a Claire transitan por la historia una serie de personajes a los que solo conocemos y vemos a través de ella. Es inevitable que de este modo queden más difuminados, pero aun así creo que cumplen su cometido a la perfección: su marido Mark, que en un principio llegó a ser sospechoso de la desaparición; su hijo Jake, que lidia con la desaparición de su hermano como puede entre pesas de gimnasio y alcohol; y Kira, novia de Jake, que vive con ellos desde hace un par de años, con un pasado familiar turbulento y que rehúye cuanto puede el cariño que Claire quiere ofrecerle. Aparte de ellos, un abanico de personajes se despliega entrando y saliendo de la narración: está claro casi desde el principio que si alguien se llevó a Billy, era conocido por él o su familia, y Taylor nos ofrece unos cuantos de los que sospechar. Todos, o casi todos, tienen secretos, y poco a poco los iremos descubriendo junto a Claire, que conforme avanza la narración es consciente de algo que todos deberíamos saber: es casi imposible conocer al cien por cien a la gente que te rodea. Taylor es psicóloga, y quizás por eso introduce un aspecto en el que muchas veces no se piensa cuando se habla de estos casos, que es el síndrome de estrés postraumático que sufren las personas que se enfrentan a situaciones límite como esta. No han sido mis capítulos favoritos, pero a pesar de eso los he visto muy necesarios para comprender al personaje de Claire, para llegar a lo que ella realmente no quiere o no puede contarnos. Tampoco elude la autora la la crítica a los medios de comunicación, ávidos de titulares y carroña con los que comerciar y aumentar ratings de audiencia aun a costa del dolor de unos padres que no saben qué ha sido de su hijo; acusan y señalan con el dedo sin pruebas, alimentan las dudas de sus lectores y telespectadores con respecto a la familia para causar sensacionalismo, captan primeros planos del sufrimiento ajeno sin conciencia alguna para luego hacer como si les importara. Tengo que comentar una percepción que he tenido durante toda la lectura. Cuando leía las conversaciones que cada ciertas páginas nos muestra la autora entre Billy y una persona desconocida para el lector durante los meses previos a la desaparición, me daba la sensación de que estaban escritas de tal manera que, quienes han leído el libro en su idioma original inglés, no han sabido hasta el final si con quien hablaba Billy era un hombre o una mujer. Esa ambigüedad, por las características propias del castellano, ha sido imposible mantenerla en la traducción (nuestros adjetivos sí denotan el masculino y el femenino), con lo que hemos sabido en todo momento el género de la persona con quien Billy hablaba, lo que reduce muchísimo el abanico de sospechosos. Se intuye que esa persona se mantiene en secreto porque tiene algo que ver con su desaparición, y creo que quienes lean este libro en inglés tienen bastantes personas más entre las que escoger para sospechar. Pero lo bueno, lo mejor que tiene este libro, es que está contado de una manera tan absorbente que te da igual. Aunque sepas, o imagines, qué persona muy concreta puede estar involucrada en la desaparición de Billy, te mueres por saber qué pasó y cómo pasó, porque la autora sabe cómo racionarte la información y hacerlo de tal manera que devores las páginas esperando el desenlace. En fin, que es un thriller muy entretenido que aborda una situación psicólogicamente extenuante, el modo en que algo así afecta a una familia y su desesperado intento por no resquebrajarse. Son 69 capítulos cortos y ágiles que hacen que el libro se lea del tirón, y que conducen hacia un final que me ha gustado, sin dobles giros con pirueta ni extravagancias raras, y eso que veía venir casi desde el principio qué personajes podrían estar involucrados. Como digo al principio, una lectura fresquita y que entra muy fácil. + Leer más |