Jamás he olvidado esa yuxtaposición del museo de holocausto con los árboles. Estas dos realidades siguen siendo para mí la imagen doble de aquellos años, la de la crueldad inconcebible y el coraje, la insensibilidad y la compasión: la capacidad humana para el mal, pero también la ratificación de la posibilidad de la nobleza humana. Y aún más que eso, esas dos imágenes imponen a todos aquellos que fueron lo suficientemente afortunados como para sobrevivir la obligación de no retroceder ante las dificultades.
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