Muy pocas características del ser humano resultan tan desconcertantes como la capacidad de reducir acontecimientos de escala mundial a su propia dimensión.
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Muy pocas características del ser humano resultan tan desconcertantes como la capacidad de reducir acontecimientos de escala mundial a su propia dimensión.
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Cuando rememoro la guerra, nunca es verano, sino invierno; siempre frío, oscuridad e incomodidades, y la calidez intermitente del entusiasmo que nos exaltaba aun viviendo en esas condiciones. Su símbolo permanente, para mí, es una vela clavada en el gollete de una botella, la llama diminuta parpadeando con una corriente glacial, y creando, pese a todo, la ilusión en miniatura de una luz contra una negrura opaca e infinita.
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La guerra había terminado. Empezaba una nueva era; pero los muertos estaban muertos y no regresarían jamás.
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Después de la batalla del Somme yo había visto a hombres sin cara, sin ojos, sin extremidades, hombres casi abiertos en canal, hombres con espantosos muñones por cuerpo, y pocas certezas habrían sido menos soportables que mis escabrosas especulaciones.
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Cariño, ya no quiero que te hieran, ni siquiera un poco. Esta guerra es un derroche de vidas, aun cuando no muera nadie.
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La destrucción del hombre como si fuera una bestia, ya sea éste inglés, francés, alemán o de cualquier otro país, supone un atentado contra el progreso de la civilización.
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[…] es probable que ninguna chica con ambiciones que haya vivido en el seno de una familia donde se considere que la subordinación de la mujer forma parte del orden natural de la creación llegue a sobreponerse del todo de la amargura de los sentimientos más precoces.
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Sólo muy poco a poco me di cuenta que la guerra me había condenado a vivir hasta el fin de mis días en un mundo sin confianza ni seguridad, un mundo en el que habría que cultivar las relaciones personales con los seres queridos bajo la sombra de la aprensión; en el que el amor parecería siempre amenazado por la muerte y la felicidad semejaría una casa provisional, construida sobre las arenas movedizas del azar.
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Cuando todo lo que has vivido es guerra y termina tienes que encontrar de nuevo tu camino, ya que el que empezaste a recorer fue destruido.
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Es un poema épico griego compuesto por 24 cantos, atribuido al poeta griego Homero. Narra la vuelta a casa, tras la guerra de Troya, del héroe griego Ulises