Casi es de madrugada, y la penumbra arroja sombras extrañas a lo largo del sendero. Hana distrae su mente para no pensar en criaturas que puedan saltarle a los tobillos para agarrárselos. Está siguiendo a su madre hasta el mar. Su camisón ondea tras de ella por el viento suave. Detrás de ellas suenan pisadas silenciosas y Hana sabe, sin necesidad de mirar atrás, que su padre las sigue con su hermanita todavía dormida en brazos. En la costa, un puñado de mujeres ya las están esperando. Reconoce sus rostros a la luz del amanecer, pero la chamán es una desconocida. La mujer sagrada viste un vestido tradicional hanbok rojo y azul vivo, y tan pronto como descienden a la arena, la chamán comienza a bailar.
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