Dulce amor

Una historia agridulce que me hizo llorar al inicio y suspirar al final.

Con unas maravillosas descripciones, con cierto tinte poético, la autora nos traslada a las montañas de Montana, al valle del Yaak, y a la dura vida de los montañeses. El vívido relato hace que nos encontramos de pronto arrullados por los estremecedores sonidos del viento entre los árboles o de la tempestad, que veamos los magníficos atardeceres en las montañas o que nos muerda el frío del invierno con sus primeras nieves. Colores, sonidos, olores... todo se mezcla en una magnífica paleta de la pluma de la autora. Lo único que encontré un tanto discordante fue una constante referencia a términos mitológicos, tales como el Averno, o los dioses, que resultaban chocantes en contraste con la ambientación más propia del oeste.

Si bien es cierto que el desarrollo de la trama es sencillo, lo importante es la profundidad que alcanza al narrar una historia que, de ningún modo, puede calificarse de simple, porque no solo trata de un romance entre un hombre y una mujer, sino de la vida de dos personas con sus sueños, sus desilusiones, sus esperanzas, sus miedos y sus deseos.

Algo que me ha llamado mucho la atención es la capacidad de la autora de montar una historia de esta calidad sin la aportación de personajes secundarios. Esta es la historia de dos protagonistas y su relación con la naturaleza y con su fe.

Preston Moore es un hombre que vive solo en las montañas. Su pasado, marcado por la guerra entre el Norte y el Sur, lo ha convertido en una persona que valora la vida y lo que esta puede ofrecerle de forma sencilla. No tiene pretensiones ni grandes aspiraciones, y, quizás, es al amparo de esa soledad y sencillez que su corazón se ha mantenido limpio, honorable y generoso. Este hombre tiene una dulzura especial.
Lo que más me ha impresionado es que durante la práctica totalidad de la novela, Preston es un hombre sin rostro. Cubierto por barbas y cabello descuidado, Sarah solo alcanza a ver (al igual que nosotros) unos ojos de color canela que hablan de bondad y nobleza. de este modo, Preston nos va conquistando no con su apostura, ni siquiera con sus palabras (ya que no es muy hablador), sino con sus acciones, su personalidad y esos sentimientos que nos va dejando entrever a pesar de su carácter tosco.

Sarah es una joven de dieciocho años. Apenas comienza su vida como mujer, todos sus sueños se ven truncados del modo más doloroso posible, hasta tal punto que le parece que ya no vale la pena seguir viviendo. Sin embargo, su fe y el fortuito encuentro con Preston, cambiará su modo de ver las cosas. La situación que le toca vivir hace que madure y que saque lo mejor de sí misma, convirtiéndose en una mujer fuerte y luchadora. Es una maravilla ver el cambio que se opera en ella a lo largo de la historia.

El romance entre ambos se desarrolla de forma lenta al inicio para ir ganando luego en intensidad mientras las escenas se impregnan de una gran dulzura, tal como indica el título de la novela.

El estilo de la autora es elegante, poético (lo que, quizás, en ocasiones haga que la fluidez del texto se torne algo lenta) y profundo. Me ha gustado mucho su forma de escribir.

Una historia dulce, de profundas sensaciones, que recomiendo leer sin duda.