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Michael Maellark es un vivales londinense que reúne los vicios que odiamos en un galán. Corrompe a virginales muchachas sin ningún miramiento con tal de gozar de un placer pasajero, se refocila en alcohol y juergas que pasan factura a su raciocinio y es incapaz de hacer nada provechoso en la vida mientras se condolece por la pérdida del amor incondicional de su madre. En primera instancia, me enamoró la portada de esta novela, y tengo que confesar mi admiración por el innegable dominio del lenguaje del que hace gala la autora. Luce una gran riqueza y locuacidad, evocando bellamente la época amén de las costumbres sociales de los círculos nobles. Mas me sorprende que la trama no sea más absorbente. Hay que aguardar a la página 70 para tener el primer atisbo de la protagonista femenina. En ese lapso, nos hemos ahogado en las frívolas tribulaciones del bribón del personaje masculino, un dechado de virtudes despilfarradas que horrorizaría a la mismísima Jane Austen. No sucede nada salvo una constante ristra de orgías, alcoholismo y desprecio a las mujeres de usar y tirar. Sus mismos desmanes le conducen al hartazgo y la auto-flagelación, abonando el terreno para la aparición de la damisela francesa que despertará renovadas energías en el libertino. Sin duda, el ritmo mejora una vez que la pareja cruza sus caminos. Intercambian diálogos provocativos y juguetones, a la vez que soslayan los clandestinos esfuerzos de ciertos embaucadores que conspiran en su contra. Me ha gustado el ardor con el que se expresan las emociones de la pareja, en especial las del bello cretino de Maellark. Sobre él recae el peso de la narración desde los pormenores de sus excesos hasta su redención en aras del amor. Se nota que la autora ha jugado a sus anchas con la sorna y el escándalo, regodeándose en la libertad de recrear escenas humorísticas al igual que los refinamientos de fiestas, mansiones y paseos en Hyde Park. Dedica una buena porción de su pericia a enredos, descripciones ornamentales y vestimentas de lujo, a los nidos de víboras que conforman las veladas nocturnas entre lores y damas. Convence la atmósfera de la Inglaterra del siglo XIX en sus esferas nobles y lúdicas gracias al detalle y el lenguaje evocador. Por ello también se resiente la relación de los protagonistas que pasan de erigir barreras escépticas a enamorarse en un periquete tras una mera conversación. Eso sí, su anhelo el uno por el otro traspasa las páginas con la vibrante fogosidad de las palabras que confieren al final un rubor romántico muy de agradecer en medio del humor irónico que también cierra el enredo cómico. Entretenida y curiosa, aunque si algo bueno me llevo de la lectura es el preciosista estilo narrativo de la autora. Todo un placer. Enlace: https://torretadebabel.blogs.. |
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