Autorretrato con radiador

Hace muchas semanas que terminé este libro y lo cierto es que aún no sé muy bien cómo hablar de él. Lo tuve en el punto de mira mucho tiempo y, finalmente, el día del libro lo compré. Lo empecé esa misma semana y pese a ser un volumen muy pequeño y corto fui alargando su lectura a lo largo de muchos días porque es un libro para beberlo a sorbos pequeños.

Cada párrafo es una delicia, de los que no te importa volver a leer una y otra vez antes de avanzar. Su estructura, además, lo favorece. Escrito como si fuera un diario comienza en primavera de un año y termina en la siguiente.

A lo largo de esas entradas, Bobin nos hablan con la voz de un hombre que ha perdido a su mujer y que debe afrontar el día a día acompañado de ese duelo. Como herramienta se centra en los pequeños detalles de la vida, las flores, el modo en que la luz incide sobre un jarrón, una silla, un camino, conversaciones, recuerdos. Y el resultado a esa lucha con el dolor es esperanzadora, no fácil, pero sí se adivina algo luminoso.

Si yo fuera una persona que subraya libros, creo que este se llevaría la palma porque ni una página hubiera estado a salvo. Lo recomiendo mucho, para esos momentos en los que buscáis algo bello y con sustancia, de esos en los que las reflexiones a las que te lleva no sean ligeras.

En las páginas de este diario íntimo de Christian Bobin hay mucho dolor y, sobre todo y ante todo, mucha alegría. Son meditaciones con forma de prosa y con fondo de poesía. Hablan de la muerte y de la soledad, pero se nutren de la vida y de la belleza de las pequeñas cosas, que "no són quizás tan pequeñas": las flores, las nubes, una taza de café, un poema, el viento meciendo las cortinas...
Tengo el libro subrayado completamente y ha dejado en mí un poso de calma y gratitud.