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Ella fue el desastre a mi perfección, la bola de demolición que rompería todas las paredes cuidadosamente construidas y la comodidad que había pasado toda mi vida construyendo.
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Ella fue el desastre a mi perfección, la bola de demolición que rompería todas las paredes cuidadosamente construidas y la comodidad que había pasado toda mi vida construyendo.
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—¿Y si yo no tengo claro lo que deseo? —le pregunté. —En ese caso, puedes pasarte el resto de la vida preguntándote qué podría haber pasado, o puedes descubrirlo. |
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—Bueno, Brucie —le dije—. ¿Vas a ser el postre? Porque no creo poder compartirte con estos dos.
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—Ah, ya estás pensando con el coño. —En primer lugar, qué fuerte. Y, en segundo lugar, como vuelvas a decir «coño» otra vez, se acabó la conversación. —Pensar con el coño —siguió como si nada, como si no me hubiera oído— es un fenómeno ampliamente conocido según el cual una mujer ni se fija en los defectos de un hombre porque está deseando que se la meta. Me tapé las orejas con los dedos y fingí una arcada. —Por favor, por favor. Si dejamos la conversación ahora mismo y fingimos que nunca ha sucedido, te regalo el apartamento. |
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Llevábamos varias semanas sumidos en una frágil danza. Ambos habíamos demostrado cautela y renuencia. Ambos habíamos dado pasitos hacia algo grande, pero ninguno había estado listo para dar el salto definitivo. Ese era el gran salto. Cada vez que la penetraba, la sensación se hacía más fuerte. Estábamos construyendo algo.
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Uno de los efectos que Bruce tenía sobre mí era que ya me estaba obligando a llevar una vida más o menos estructurada. Seguía siendo un desastre con patas, pero él era como un arnés de seguridad. Aunque podía ser abrumador y muy distante, la verdad era que resultaba agradable la sensación de que fuera capaz de mantener a raya mis peores cualidades.
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En ese preciso momento, decidí que no iba a ser una guerra unilateral. ¿Quería que mi vida fuera espantosa? ¿Quería obligarme a renunciar al puesto? Pues que se preparase para la guerra, porque iba a demostrarle que no me daba miedo devolver el mordisco.
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—No sabía que se podía seducir a un robot —repliqué—. ¿Estás seguro de que no hay alguna palanca que deba accionar en tu panel trasero?
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Habían pasado dos años desde lo de Valerie, pero el dolor era todavía lo bastante reciente como para mantenerme firme en la promesa que me había hecho después de que todo acabara. Ni una relación más. Ni un compromiso más. Nada de confiar en otra persona que no lo mereciera. |
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—No necesito un motivo, chica de prácticas. —Soltó el apelativo por esos voluptuosos labios con un deje lento y muy deliberado. —Claro. —Intenté poner cara de póquer, porque no quería darle la satisfacción de que supiera que me había molestado—. Por favor, recuérdamelo, ¿cómo querías el café esta mañana? ¿Con escupitajo o sin él? —Al gusto del chef. |
La leyenda de Sleepy Hollow es un relato corto de terror y romanticismo, se desarrolla en los alrededores de...