J. tiene envidia de las cartas que recibe y escribe su asistenta, así que ella toma como pasatiempo escribir sus propias cartas a un destinatario inexistente. En trámites de divorcio, J. no está en su mejor momento: vive en un lujoso piso de Manhattan con una hija de 4 años a la que ignora, con su hijastra de 13 que le repugna y con Monique, que hace todas las tareas del hogar. Y gracias a la incomunicación y a los desprecios, ha conseguido que la vida en ese piso sea un infierno. Como ella misma sabe y nos cuenta, la violencia física no es la única manera de maltratar a alguien. Aunque sea la protagonista quien nos explique la situación, al ser ella tan consciente de lo que está mal en su vida, de lo que está haciendo mal, es imposible no sentir compasión por las otras habitantes del piso. Sobre todo por Renata, su hijastra, a quien define como un ser abominable... pero incluso a través de sus palabras podemos ver en ella a un ser indefenso. Esta novela breve es todo lo contrario a lo que podemos considerar feelgood. Es una lectura incómoda, claustrofóbica, porque refleja muy bien lo que nos puede ocurrir a cualquiera si dejamos que el rencor y la furia tomen las tiendas de nuestra vida. J. no quiere enfrentarse a su verdadero problema, y siempre acaba hablándonos de Renata evitando el terreno pantanoso de su propia salud mental. Sabe que algo no está funcionando bien, pero no quiere que nadie la ayude. El libro es de los años 70, ahora los problemas serían otros, pero la psicología de J. es sin duda lo que más me ha gustado de la obra. + Leer más |