La guerra de Catherine

La Casa de los Niños de Sévres fue una institución fundada en 1941 para acoger a los niños de la región francesa de Ile de France en situación de penuria durante la Segunda Guerra Mundial. Allí Rachel vive con sus amigos Sarah y Jeannot y ve el mundo a través de una Rolleiflex, siempre haciendo fotos y parando el tiempo en un clic.

Debido a las leyes antisemitas los niños judíos son cambiados de identidad. Rachel será Catherine pero esto no es suficiente y tienen que huir porque el lugar ya no es seguro. "Haz fotos, recopila imágenes. al final de la guerra nos harán falta esos testimonios".

La llevan al internado de las hermanas de la Santa Providencia en Saint-Eustache , adopta la religión católica y se entusiasma aprendiendo a revelar fotos con Etienne Lombardi, fotógrafo que sueña con ir a Estados Unidos y del que se enamora.
Pero... Debe volver a huir.

Ella y Alice una niña más pequeña son acogidas en una granja cerca de Limoges. Irán a la escuela y ayudarán en la granja. Las clases, las tareas de la granja y revelar las fotos que hace la mantienen feliz pero... Debe volver a huir.

Su siguiente destino es el orfanato del castillo de Pange, en los Pirineos Atlánticos. Allí da clases a los niños más pequeños y se refugia en la biblioteca y sigue haciendo fotos. Un día que regresa de un a excursión descubre que los alemanes se han llevado a tres niñas. Deben volver a huir.

Los niños son repartidos y ella se queda con un grupo de la resistencia. Con Cristina aprende de plantas, a hacer bricolaje, a cocinar... Y sigue haciendo fotos.

Cuando París es liberada viaja allí esperando encontrar a sus padres en su casa, pero allí no hay nadie. Así que vuelve a Sévres. Desde allí intentan encontrar a sus padres y a los niños que faltan.

En todo este periplo Rachel (Catherine) hace fotos a todas las con las que estuvo, que la ayudaron y que tan queridas son para ella. Unas fotos que se expondrán y conseguirá que los periódicos hablen de ella con gran respeto.

Pero Rachel(Catherine)"necesita llenarse de vivencias, de viajar, de ir al encuentro de lugares y personas" y lo puede hacer porque en Sévres le enseñaron a ser libre.


La Casa de Sévres existió, la madre de la autora fue una de esas niñas que se salvó pasando la guerra con otro nombre y llevada de un sitio a otro para ponerla a salvo.

Un maravilloso canto a la esperanza, a la solidaridad y al valor de esos hombres y mujeres que ante la adversidad no sucumbieron sino que ayudaron y fueron fieles a la humanidad
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