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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
31 March 2021
Nuestra historia tiene lugar en el pueblecito inglés de Slumbermere. Allí, tras una fuerte nevada, aparece un camello. Un camello que, sorprendentemente, sabe llamar a la campanilla de las casas. Es más, un camello que, sorprendentemente, sabe llamar a la campanillas de las casas, y que decide hacer uso de semejante talento en la vicaría del pastor Aloysius Hussey y su esposa Antonia. Superado el estupor inicial, Antonia decide quedarse con el camello, que le recuerda a sus tiempos de misionera en Oriente, en los que acostumbraba a ir de acá para allá a lomos de semejante animal (bueno, Oriente le inspira otras cosas también, y cómo me he reído leyendo esa parte). El caso es que ahí que se queda el camello, en el establo de los Hussey. Y vosotros pensaréis que la peculiaridad del libro es esa, un camello a modo de mascota en plena campiña inglesa, y que las risas están aseguradas... y yo os digo que no, que la peculiaridad del libro no es esa, sino la actitud del camello hacia Antonia, la capacidad de comprensión del camello en relación a Antonia, las cosas raras que ocurren derivadas de esa actitud y esa capacidad de comprensión, y como el autor nos engaña haciéndonos creer que nos hemos sentado a leer una cosa y cerramos el libro habiendo leído otra. Y yo encantada de la vida, porque ni siquiera he visto venir el final. ¿Qué más se puede pedir?

Sí, llegado el mes de marzo del proyecto de Reseñas Cruzadas puedo decir que por fin he disfrutado de una de las lecturas que habíamos escogido previamente. Y no deja de tener su aquel, porque probablemente sea la lectura con menos pretensiones de las tres, la que menos ínfulas de loquesea tiene... o quizás tiene pretensiones e ínfulas pero sabe esconderlas muy bien detrás de mucha imaginación a la hora de idear escenas inverosímiles y mucha desvergüenza para contarlas. Porque El camello parece un juego de su autor, se le ve la intención de pasárselo bien escribiéndolo y hacerle pasarlo bien a quien lo lea, y el humor negro, un tanto retorcido, bastante mordaz, que impregna toda la obra, parece escapársele a su autor por entre los dedos. Yo me imagino a lord Berners sonriendo mientras escribía esto, sobre todo en muy determinados pasajes, y anticipando la reacción de sus lectores. Y es que era todo un personaje este lord Berners.

No soy mucho de extenderme (ni de hablar siquiera, salvo excepciones) sobre los autores en la propia reseña, y aunque tampoco tengo intención de hacerlo hoy, sí que resulta inevitable dar un par de pinceladas sobre lord Berners, porque conociéndolo un poco a él, podéis haceros una idea de lo que puede encontrarse en su literatura en general, y en El camello en particular. Lord Berners era un aristócrata estrafalario, singular y excéntrico que hacía de las bromas (de mejor o peor gusto) su particular afición y que se dedicaba a idear barrabasadas con cualquier animal que caía a su alcance (ya fuese pintarle las plumas a las palomas, tener jirafas de mascota para tomar el té o publicar anuncios vendiendo rinocerontes y animales amaestrados). Era compositor, pintor y escritor, se codeó con lo más granado de la alta sociedad de la época y si tenéis a mano un ejemplar de Amor en clima frío, de Nancy Mitford, veréis que está dedicado precisamente a él (os lo enseño yo de todos modos en la foto... Berners era una especie de mentor de Nancy, e incluso algún personaje de esta autora está basado en él). Os contaría muchas anécdotas de este señor (el prólogo de esta edición es fantástico en este aspecto), pero lo dicho, no quiero extenderme en demasía. En definitiva, era peculiar, vivió la vida como quiso, se puso el mundo por montera, no se tomaba nada demasiado en serio, y eso basta para que os hagáis una idea. Ah, y era lector de Jane Austen. Grande.

"El camello, que fascinó a Stravinski y era un de los libros favoritos de Dalí, puede leerse como un guión de Trollope filmado por Buñuel; párrocos y percances nimios, suspenso surrealista"

Qué acertadísima me parece esta frase del autor del prólogo, Matías Serra Bradford (escritor, traductor y crítico argentino). La ambientación parece sacada de esas crónicas de Barsetshire tan costumbristas de Anthony Trollope (que en español siguen sin estar traducidas y publicadas al completo, dicho sea de paso), llenas de párrocos, de vecinos ricos y pobres, de destellos de la vida en provincias y, en definitiva, de escenas de la vida parroquial (que diría George Eliot, que quizás falta en ese párrafo de arriba para hacer un símil completo), pero al mismo tiempo, desde que aparece ese camello en la puerta de la vicaría, y desde que la narración avanza a partir de ahí, sabes que no estás delante de una historia amable ni costumbrista en absoluto, que pasan cosas que oscilan entre el surrealismo y la extravagancia, que te están contando cosas que a poco que te propongas racionalizarlas, fracasarás en el intento... que lo que pasa no puede ser, y porque no puede ser pasa, y ahí está la gracia. Y todo barnizado con un humor negro que roza la mala leche a veces y que va derivando poco a poco en algo muy diferente, oscuro, corrosivo y con un toque malévolo. Por si fuera poco, aviso a aquellos navegantes que les gusta tenerlo todo bien atadito cuando cierran un libro: El camello no tiene ninguna intención de explicaros el comienzo de la historia, se pasa por el arco del Triunfo que el lector necesite saber qué hace ese camello ahí y cómo ha llamado a la campanilla. Que la historia no va de eso, y dicho queda. Luego no quiero quejas.

Si tengo que resumir lo que para mí ha sido El camello, sería algo así: esta es la historia en la que, en lugar de adoptar una mujer a un camello, un camello adopta a una mujer, y lo que ocurre a continuación, por muy sorprendente que parezca; una historia en la que el lector se imagina cien cosas sobre ese camello, la razón de ser de ese camello, quedando todas ellas sin respuesta; sobre lo poco que le importa a dicho lector todo lo sorprendente, todo lo que queda sin respuesta, porque se lo pasa pipa en el proceso de lectura y no le hace falta nada más. ¿Cómo consigue Gerald Berners esa conexión con el lector? A base de buenos personajes, de situaciones inverosímiles narradas con tal inteligencia que induce al lector a aceptar camello como animal de compañía, de una sutileza descarada (sí, Berners se las apaña para contar cosas de manera sutil que son de un atrevido impensable para la época en general pero no para él en particular, que hizo de la osadía excéntrica su modo de vida) que se abre paso para ser muy claro cuando no puede pero quiere (y consigue) serlo, y, sobre todo, a base de ese aire juguetón, caprichoso, singular y soberbio que impregna una narración llena de ironías, dobles sentidos, malentendidos y situaciones rocambolescas que realmente ejemplifican a la perfección la vida en la campiña inglesa a principios del XX pero con un satírico giro de tuerca.

Os lo decía arriba, este libro huele a antojo del autor, sin más pretensión que la mera diversión extravagante, y el resultado es una delicatessen que se disfruta precisamente por su brevedad y la justa medida en que usa todos los elementos. Poco más puedo añadir sin adentrarme en una trama que apenas se extiende durante cien páginas, he intentado no desvelar absolutamente nada de lo que ocurre en el libro porque perdería toda la gracia, y en su capacidad de sorprender está su valía. Si tenéis la suerte de toparos con un ejemplar, no lo dudéis (esta edición está descatalogada y es de una editorial argentina. Que yo sepa en español no hay ninguna otra).
Enlace: http://inquilinasnetherfield..
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