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Crítica de Inquilinas_Netherfield


Inquilinas_Netherfield
14 September 2020
Admiro muchísimo a Arnold Bennett, un autor denostado durante mucho tiempo cuya obra, afortunadamente, se está recuperando poco a poco. ¿Denostado por quién? Por ciertos círculos artísticos, literarios y esnobs de su propia época (y modernos, muy modernos ellos) que no gustaban de su espíritu clásico y naturalista, y si a ellos no les gustaba, no le podía gustar a nadie más, así que se encargaron de atacarlo (¿acosarlo?) públicamente una y otra vez y de condenarlo al ostracismo. ¿Quién era esta aristocracia intelectual, tal y como ellos se autodenominaban? El Círculo de Bloomsbury en general y Virginia Woolf en particular; la buena de Virginia atacó sin piedad a Bennett durante años aprovechando cada oportunidad que se le presentaba. Este tema, que se trata en el prólogo de esta edición, es de sobra conocido para quienes seguimos la vida y obra de Arnold Bennett desde hace tiempo. No voy a entrar en esto, internet está lleno de artículos sobre el tema para quien le interese. ¿Mi opinión? Ay, si yo os contara... pero no voy a hacerlo. Yo aquí he venido a hablar de Bennett.

En cualquier caso, tal y como digo, esa corriente cambió hace unas décadas y el grandísimo escritor que fue por fin comenzó a recibir reconocimiento y el lugar de honor que le corresponden dentro de la literatura. Solo os he traído a Bennett al blog con ocasión de mi especial de clásicos por Halloween en 2018, cuando os hablé de El fantasma. Tampoco es que nos haya llegado mucho en castellano de este autor por los motivos que os comento; la mayor parte de su obra está todavía inédita o completamente descatalogada, pero desde hace algunos años van apareciendo traducciones por estos lares. Os podréis imaginar que cuando salió Riceyman Steps, esa novela a una cubierta horrible pegada, se abrieron los cielos de mi alegría. Hoy me toca hablaros de ella.

Estamos en 1919, en un Londres todavía en plena recuperación de la Gran Guerra. Henry Earlforward regenta una librería de viejo a los pies de Riceyman Steps desde hace un par de décadas. Su propia familia (los Riceyman, aunque él no lleve su apellido) dio nombre a esta zona de Clerkenwell, y eso le da un pedigrí del que está muy orgulloso. Supera los cuarenta años, pero una leve cojera le libró de tener que acudir al frente; durante la guerra la librería se convirtió en refugio para las mujeres del barrio que, mientras esperaban noticias de sus hombres, pasaban el tiempo leyendo novelas baratas, así que Henry sacó buen provecho de tiempos muy difíciles. Sí, las cosas le han ido bien, ha amasado mucho dinero, ha hecho del ahorro extremo su afición preferida y se jacta de no haberse enamorado nunca... hasta que la señora Violet Arb abre una pastelería justo enfrente de su librería y conoce por primera vez el amor. Es perfecta, muy femenina, con mucho carácter y una opinión sobre casi todo... pero lo mejor es que, en apariencia, comparte su sana obsesión por no gastar un penique de más. Ve en ella a su alma gemela y se casan, contratan a una criada a tiempo completo... y la vida deja de ser lo que era, porque el matrimonio es otra cosa. Henry deja a Violet a sus anchas en algunas cosas, pero le deja muy claro que nada nada de gastos innecesarios, y para Henry todo es un gasto innecesario.

El Londres de Riceyman Steps es el Londres de la zona de Clerkenwell justo después de acabar la Gran Guerra. Barrio de trabajadores, de familias numerosas hacinadas en pocas habitaciones, de soldados con neurosis de guerra y de viudas, muchas viudas. de hecho, dos de nuestros tres protagonistas son dos mujeres viudas. Una, Elsie, apenas ha cumplido los veinte años; la otra, Violet, ha pasado de los cuarenta. Ambas han vivido matrimonios en circunstancias muy diferentes y se enfrentan a su futuro solas también de un modo muy distinto. Frente a ellas está Henry, un librero que se ha pasado media vida solo sin más afición que meter oro en su caja fuerte y que no calcula los costes de meter a dos mujeres en su refugio lleno de polvo y de manías de soltero. Henry se apaña con apenas nada y no da importancia alguna a cosas como tener la bañera y la escalera llena de libros, una cama sin sábanas o una cocina que no se usa desde hace años. No le importa invertir en libros, vive por y para su librería, pero los demás gastos son superfluos, y el choque de trenes que supone su particular obsesión por el ahorro, el descubrimiento de que su mujer no comparte sus opiniones extremas sobre el dinero y la incorporación a la familia de una criada que esconde un mundo interior mucho más complejo de lo que parece, será determinante en el desarrollo de la novela.

Y es que el contexto es muy importante en la historia, pero Riceyman Steps es lo que es por sus personajes. Alrededor de ellos gira todo, y sus acciones probablemente serían las mismas tanto en esta época de posguerra como en cualquier otra época. El inicio del romance entre Henry y Violet, con su posterior boda y traslado ya como matrimonio a la librería (Henry vive como soltero en las habitaciones de arriba y ahí se muda Violeta al casarse) puede dar la idea de que ellos son los reyes de la función, pero a mi modo de ver, la gran tapada de esta historia, la que se desvela como EL personaje de Riceyman Steps, es Elsie. Elsie limpia, y limpia, y limpia, nunca pone mala cara a sus señores, es práctica, rápida en tomar decisiones... pero es un personaje que tiene un dolor enquistado desde el inicio de la trama, un dolor que solo el lector conoce pues no lo comparte con nadie, y el propio lector es testigo del modo en que Elsie da salida a ese dolor y la visibilidad que Arnold Bennett otorga a este tema. Lo cierto es que Elsie va ganando tanta importancia a lo largo de las páginas que casi acaba arrinconando a los otros dos personajes protagonistas, pero poco más puedo decir al respecto.

Quien haya leído varias obras de Bennett sabe que va a encontrarse con un autor nada acomodaticio. Sus novelas nunca huelen a terreno ya transitado por él con anterioridad, no es de esos autores que "una vez leído uno, leídos todos", y su capacidad para sorprender al lector es innegable (esa inteligencia para reinventarse en cada historia me recuerda mucho a Julian Barnes). Y en Riceyman Steps lo vuelve a hacer: no sé qué me esperaba pero no era lo que me he encontrado, lo que empieza siendo una cosa acaba en un plano completamente diferente, y el espectro emocional que abraza conforme se van sucediendo los acontecimientos fluye de un modo que creo que es muy difícil de predecir en las primeras cien páginas. Me ha parecido un libro magnífico con el que no hay que dejarse engañar por las apariencias.

¿A qué viene esto? Os cuento. Cuando llevaba leído un tercio del libro tenía muy claras las cosas de las que quería hablaros, hacia donde quería orientar la reseña, hacer hincapié en el humor con el que Bennett afronta las cosas del día a día de unos personajes más reales de lo que parece a primera vista si dejamos a un lado sus peculiaridades... hasta que la historia me pilló con el pie cambiado y lo que yo creía que era ya no lo era tanto. Y ya no sé cómo hablaros de Riceyman Steps sin dar pie a confusiones sobre lo que podéis esperar del libro, porque me resulta difícil hablar sin desvelar esos cambios de energía y tono de la narración. Sí os puedo decir que es una novela mucho más heterogénea de lo que podáis pensar si os adentráis en las primeras páginas; también es insólita por el modo que tiene de contar lo que cuenta. No diría que es una historia rara pero sí peculiar, sorprendente, cautivadora y con una intensidad singular que no sabes hacia donde te lleva pero vas igualmente, y cuando llegas donde el autor quiere llegar, sabes que ese final no podía ser de otra manera. Las inflexiones y los matices del libro se intercalan y fluctúan constantemente durante toda la historia, y por eso, al cerrar sus páginas, el lector tiene la sensación de haber pasado por un montón de estados de ánimo diferentes que a priori podrían encajar mal, que están de hecho destinados a encajar mal, y que sin embargo Bennett combina perfectamente.

Riceyman Steps es, en pocas palabras (a buenas horas abrevias, diréis), un libro que huye de etiquetas. Lo que empieza con humor, ingenio, ironía y charming inglés, deriva hacia algo muy diferente para lo que no todos los lectores estarán preparados. Aborda temas muy serios que no esperas (y de los que no puedo hablar para no desvelar el avance de la trama) y lo hace de una manera que tampoco esperas, y el conjunto resultante es inquietante, pero en el buen sentido literariamente hablando. A mí me ha gustado muchísimo y me ha convencido, pero creo que es una historia para lectores sin ideas preconcebidas, que no busquen nada concreto en un libro salvo una historia que les coja de la mano y les sorprenda. No puedo asegurar que la sorpresa sea buena para todos los que se acerquen a ella, y tampoco puedo asegurar que estos personajes y sus acciones sean del gusto general, pero de valientes está lleno el mundo y a las historias diferentes hay que darles siempre una oportunidad.

Para terminar, y por si a alguien le interesa, os confirmo que esta escalinata conocida como Riceyman Steps, que une King's Cross Road y Granville Square, y que podéis ver en la cubierta del libro en una imagen de la época en la que fue publicado (detrás de la farola...), existió realmente y sigue haciéndolo en la actualidad, aunque ha cambiado de nombre. Ahora se llama Gwynne Place, y muy cerca de allí se puede ver una placa colocada por la Arnold Bennett Society homenajeando la librería ficticia en la que tiene lugar toda la trama de esta novela. Si alguna vez vuelvo por Londres (espero, deseo, anhelo que así sea), intentaré por todos los medios visitar Riceyman Steps y añadirla a mis visitas literarias de la ciudad.
Enlace: http://inquilinasnetherfield..
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