Ser gemela a veces era como vivir con otra versión de una misma. Todo el mundo tenía otra versión de sí mismo, quizá, una identidad alternativa que vivía solo en la mente. Pero la suya era real.
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Ser gemela a veces era como vivir con otra versión de una misma. Todo el mundo tenía otra versión de sí mismo, quizá, una identidad alternativa que vivía solo en la mente. Pero la suya era real.
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En la oscuridad nunca se era demasiado negra. En la oscuridad todo era del mismo color.
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Una no iba a «encontrarse a sí misma» como si su identidad estuviera esperándola en algún sitio; tenía que forjarla. Tenía que crear a la persona que quería ser.
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Podía decir la verdad, pensaba, pero ya no había una única verdad. Había vivido escindida entre dos mujeres, cada una de ellas real, cada una de ellas falsa.
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Cuando uno se casaba con alguien, prometía amar a todas las personas en que se convertiría. El prometió amar a todas las personas que ella había sido. Y allí estaban, intentándolo aún, pese a que el pasado y el futuro eran misterios.
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Te dices que no a ti misma antes de que te lo diga nadie.
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Era posible etiquetar un cuerpo pero no a una persona.
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Quizás los ricos no sentían la necesidad de esconderse. Quizá la riqueza era la libertad de mostrarse.
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Ya no estaba en Mallard, pero de algún modo el pueblo no la abandonaba.
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Uno nunca sabía quién podía hacerle daño hasta que era demasiado tarde.
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El nombre de la nación desde donde se organizan los juegos cada año es...