Se trata de un ensayo que abarca el mundo de la antropología desde las propias experiencias de su autora Heike Behrend. Podría tratarse también de una autobiografía, aunque se centre sólo (salvo momentos en los que recuerda algún evento relacionados con los que está relatando) en su trabajo como antropóloga en algunos pueblos y zonas de África oriental (Kenia, Uganda, etc.). La autora, mediante sus propias experiencias y en cómo los nativos de dichos sitios la ven a ella como alguien de fuera, nos muestra esas otras realidades que además de servirle para hacer sus estudios, le son útiles para conocerse así misma y tratar temas como la familia, la comunidad, las creencias, la adultez, la muerte, etc. A través de los apelativos que recibe, así como situaciones embarazosas o que producen el rechazo de los habitantes de estos pueblos, va construyendo una idea de la mentalidad de sus gentes. Aunque ha resultado curioso conocer algunas costumbres como el tema del canibalismo o el mundo de la fotografía y su significado dentro del ámbito de la muerte y el autoreconocimiento, en muchas partes de este ensayo me daba la sensación de que se acababan dando muchas vueltas al mismo tema y se me hacía un poco repetitivo. Para alguien que esté realmente interesado en el mundo de la antropología puede resultar de lo más atractivo este libro. Para el resto, como un servidor, tal vez no acabe siendo una lectura tan amena como me tenían acostumbrados otros ensayos. + Leer más |
Heike Behrend define su libro como un relato etnográfico, pero también como una «historia de enredos, más bien poco heroicos, y malentendidos culturales». Es, además, una historia que recoge las experiencias y palabras de los pueblos del África Oriental.
Mona, bufona, bruja, espía, mal espíritu o caníbal. Estos fueron algunos nombres que la población local utilizó para referirse a Heike Behrend durante sus investigaciones de campo en África Oriental.
Con el tiempo, comprendió el significado de estos calificativos: eran formas que tenían los pueblos estudiados para referirse a lo extraño, a lo ajeno a la comunidad. En concreto, «mona» fue el nombre con el que se refirieron a ella los habitantes del pueblo Bartabwa, en Kenia, con el que convivió un tiempo. Lejos de ser una palabra despectiva, con ella designaban a los niños, porque vienen de los simios y están en proceso de transformarse en hombres. Descubrir esto le permitió a la autora realizar un análisis desprejuiciado de los grupos humanos, explorando al mismo tiempo otra manera de conocerse a sí misma.