Dejad que los niños vengan a mí

Un libro de temática actual y controversial, más aún, en un país como el nuestro donde la fe en la iglesia es abrumadora, pero los cuestionamientos críticos de los feligreses son pobres o nulos.
Más allá de lo relevante del tema en este momento y de la controversia que genera en la sociedad, el libro muestra clara evidencia, sin jugar a ser juez, de los aberrantes y repudiables actos cometidos dentro de está institución milenaria y mundial, la iglesia católica.
Una investigación periodística seria, primeramente expuesta en la radio y luego trasladada a este libro, narra a través de siete capítulos, diversas historias, con testimonios de víctimas, familiares de las mismas, victimarios, instituciones, abogados y notas escritas por personas abusadas que no lograron sobrellevar el trauma causado por sacerdotes pederastas y hoy ya no están con sus familias, a causa de muertes naturales o suicidios.
Es un libro al que desde su publicación tenía muchas ganas de leerlo, y aunque estaba preparado para lo que encontraría, algunos de sus apartes no pudieron dejar de sorprenderme, indignarme, molestarme, hacerme gritar mentalmente unas cuantas palabrotas, y también entristecerme al leer las luchas absurdamente dispares de estas familias en búsqueda de verdad y castigo, contra esta institución que parece poseer más poder que el mismo Dios al que le profesan su fe.
Con esta lectura no solo tenemos acceso a casos reales de pederastia, también podemos comprender como funcionan las investigaciones que realiza la propia iglesia que gracias a acuerdos internacionales firmados con el estado, tienen fuero interno y la aplicación de su propia justicia; como altos jerarcas aprovechan sus posiciones para ser encubridores de delincuentes, tapando sus fechorías con dinero y mentiras; también como dentro de la misma institución algunos miembros han acatado el mandato del máximo jerarca, de tolerancia cero frente a estos delitos, y colaboran con las autoridades civiles, investigan, promueven los procesos, generan estudios académicos serios sobre el abuso y desde su fe intenta limpiar la institución de estos delincuentes.
Una lectura absorbente, que obliga a no detenerse, a querer devorar sus páginas, pero que deja un sabor agridulce, agradeciendo la labor concienzuda de un periodista profesional, la valentía de las víctimas, en su gran mayoría hombres, al romper las cadenas que los han tenido atados a la miseria en los que los sumergieron, dar un paso al frente y contar sus historias, de los sacerdotes que repudian a sus pares delincuentes y ayudan a encontrar la verdad; del otro lado, están los que revictimizan, acomodan historias, generan testimonios fuera de contexto, guardan silencio, y los peores de todos, los que usan la fe para dar rienda suelta y sistemática a sus actos delictivos, viviendo una doble vida, la del predicador amigo y la del monstruo al acecho.

Hace aproximadamente dos año este libro generó polémica. Se satanizó e intentó censurar. Debido a esto, un grupo de personas decidió leer el libro en voz alta en redes para luchar con la censura y hacer que esta historia llegara más personas, hacer que los relatos que allí se cuentan no cayeran en el olvido y se destapara la maquiavélica verdad que se oculta en la iglesia católica.
Es un libro fuerte. Difícil de leer. Repulsivo.
Este libro contiene la historia de varias personas que tuvieron que cargar con un secreto que les consumió la vida, y que hoy luchan para que no haya más víctimas.
No me alcanzarían las palabras para describir lo que esta lectura generó en mí, y ni siquiera creo que pueda expresarlo con palabras, pero al menos hice el intento.

Muy buen trabajo periodístico el que hace Juan Pablo Barrientos, informando sobre algunas denuncias de Pedestaria de sacerdotes pertenecientes a la Iglesia católica. Me genera sentimientos de impotencia, decepción y una gran tristeza, niños que han perdido su inocencia frente a sus líderes espirituales que se aprovechan de sus condiciones para lastimarlos.

Un texto que no te deja indiferente, cada relato te parte el alma en mil pedazos, te hace cuestionar todo y la impotencia ante tantos casos es inmensa. Gracias a aquellos que dan voces a tantas víctimas y permiten que sus historias no queden en la impunidad.