Una herencia en juego 2 - El legado Hawthorne

—Deja de mirarme así —le advertí con firmeza.
—¿Así cómo? —rebatió él.
Me crucé de brazos y lo fulminé con la mirada.
—Activas el encanto cuando quieres algo.

Estaba acostumbrada a que la gente se alejara. Se me daba bien no esperar nada de nadie.

El truco cuando a una la abandonan es no permitirse nunca anhelar que vuelva quien se ha ido.

-Muy bien, Heredera. Que empiece el juego.

-[…] Cuando estés lista, si algún día lo estás, si quieres escogerme a mí… lanza el disco. Cara, te beso. -Se le quebró un poco la voz-. Cruz, me besas tú a mí. Y, de algún modo u otro, significará algo.

Las personas no son perfectas. Da igual lo mucho que lo intenten. Da igual lo mucho que detesten mostrar su debilidad. Todo el mundo comete errores.

—(...) Esto… nosotros… —Dejé que mis labios se cernieran sobre los suyos—. No tiene que ser nada más que lo que es. Nada de sentimientos de por medio. Nada de obligaciones. Nada de promesas. Nada de expectativas.
—Solo esto —dijo, y me atrajo con fuerza hacia él.
—Solo esto.

(...) siempre me miraba como si yo tuviera la respuesta. Como si yo fuera la respuesta—.

¿Por qué matar dos pájaros de un tiro si puedes matar a doce?

Estás en la casa Hawthorne. Siempre habrá otro misterio. Y cuando pienses que has encontrado el último pasadizo secreto, el último túnel, el último secreto oculto entre sus paredes... Siempre habrá uno más.