El bosque de la noche

En esta novela nos encontramos a Djuna Barnes en su totalidad. La autora contada y expresada en la que fue su última novela. Un relato, que, como señala la obra, tiene un hilo conductor, pero que te costará trabajo descubrir.
Parece que no encontró ocasión, oportunidad y , sobre todo, motivos para añadir sustancia a lo que ya había sido dicho y escrito, quizá salvo insufrible reiteración.

Esta novela llega tan lejos, que al leerla, se puede llegar a dudar de que exista un concreto motivo de interés esperando a un novelista después de Djuna Barnes en su bosque de la noche.
Un desembarco que nos dejará en una playa, no playa, atípica, con riscos, honduras y oscuridades impropias de un llano , irrealidad, lejanía de cuanto se pueda identificar con lo reconocible.
El libro, un increíble salto sin red hacia un lugar, un sitio, un espacio que se nos irá ocultando todo el tiempo.

El ritmo de la novela es continuo trepidante e intenso, si se desconociera el término, el significado de la palabra ritmo, al leer el bosque de la noche, al terminarlo, al concluir su lectura, habríamos entendido perfectamente que hay algo, un continuo al que podríamos nombrar de un modo que al final significara ritmo.

Un libro que me ha costado comenzar a leer, lo deseaba en mis manos, lo quería cerca de mi lugar de lectura pero lo tomaba y lo dejaba, el motivo venía precedido por la fama de complejo, complicado, aseverando esta que se trataba de una obra genial pero densa, y de una difícil digestión., que también viene anunciado en los exquisitos prólogos.

La autora estuvo asomada al mundo y lo hizo sin restricciones, sin imposiciones que pudieran nublar su mirada. Su mundo interior fue revisado haciendo una introspección constante y fructífera.
Recoge la novela el universo personal del ser, sin ausentar ninguno de los asuntos que le imprimen su carácter general y particular.
Cualquiera de los artefactos que nos conforman serán visitados y escuchados, el paso del tiempo y sus incontestables consecuencias, el amor, la amistad, las limitaciones del cuerpo y sus dolencias, la pérdida de los años en que se fue feliz, de los deseos, de la inocencia, la quiebra , la ruptura de la candidez que tantos efectos tendrá en la vida de la autora y también en la nuestra, los olvidos, las obsesiones, las secuelas de la madurez que con tanta rabia nos va dejando sin nada.

Barnes, influida por el potentísimo relato surrealista, esa gran explosión que fue capaz de dinamitar con brillantez, lucidez y sentido la férrea estrechez de pensamiento.
En el país de los años veinte un novísimo movimiento se filtra a la intelectualidad parisina, surge y se implanta con una fuerza desconocida, su nacimiento en los rotundos, desenfadados y descreídos años veinte parece la consecuencia lógica, tras el enorme desastre que a todos los niveles supuso la primera gran guerra mundial.

Una secuela y algo a gritar alto y fuerte, lo viejo no sirve, vamos a por lo nuevo, a por lo novísimo.
La autora vive en París en ese momento, a la eclosión de la crisálida se le denomina surrealismo, este la alcanza con fuerza, conjuga perfectamente con su sentir y su ser.
El movimiento vanguardista surrealista se centra en la imaginación como sustitución a la razón estrecha, angosta y ceñida del pensamiento dogmático dominante.
El surrealismo del que bebe y se alimenta Djuna Barnes se llevará a las páginas de esta singular novela.
El surrealismo, como veremos, se centra en la indagación y búsqueda de cuanto se haya más allá del consciente, es el universo del subconsciente y de las criaturas que lo habitan, será lo que está en cuestión.
La interpretación de los sueños, esa selva virgen a descubrir, a desentrañar, los sueños quieren y necesitan ser interpretados y tomarán vida, palabras que eran hasta ese momento desconocidas, ego, ello, superego, transferencia, … así como una suerte de complejos a estudiar y desentrañar.

La literatura encontrará nuevos argumentos, palabras, desafíos, historias que imprimir a todo cuanto a partir de ese momento se decida a escribir.
Todo en el surrealismo se verá tocado, acariciado por una mano más sensible, menos rígida y controladora, nada dogmática e inquisitorial.
La libre imaginación sin restricciones será la meta desde la que salir hacia otra más lejana y completa que espera impaciente. Quizá una de las consecuencias del surrealismo, que dará la mayor representación y grandeza se verá en el arte y toda la inagotable, irreverente y genial representación artística.

La novela nos da cuatro personajes deletreándonos sus circunstancias, sus interrelaciones y los universos de cada una de ellos, y aquí es donde reside , junto a la forma de estar escrita, la gran originalidad y creatividad de su autora.
Los personajes son, la independiente Robin Vote, el falso barón de Viena Felix Volkhein, la fiel Nora Flood, y la viuda Jenny Petherbridge así como lo que subyace, lo que está escrito por debajo de la esfera de lo que se puede comprender. Y junto a ellos, será el doctor Matthew O'Connor el que cumplirá la función de argamasa material con la que conseguir una unidad sin rotura de todos ellos, será el gran testigo de este enorme torbellino de sentimientos.
Y para saciar nuestra sed solo hay que prepararse y leerlo.

París, 1927. Entre la aristocracia caduca, la radiante bohemia y el mundo del circo de los bajos fondos, Robin Vote se erige como una incógnita insondable para quienes la rodean. Un misterio y un enigma, incluso, para el propio lector, pues el retrato que tenemos de ella varía en función de quienes nos la describen. Mujer soñadora -a veces, incluso hombre, por su aspecto andrógino- pero siempre insatisfecha, se mueve en busca de una felicidad imposible dejando un rastro de dolor en quienes se apasionan por ella.

En este bosque mental nocturnos de deseos insatisfechos, encontramos a tres personajes que intentan ganarse el corazón de la inalcanzable Robin: el Baron Felix Volkbein, obsesionado con una antigua nobleza que no le corresponde; la joven Nora Flood, que aspira a tener el amor exclusivo de Robin, naturalmente sin conseguirlo; y el doctor Matthew O'Connor, un verborreico y excéntrico personaje que se convierte en consejero, a su manera, de todos los demás.

De “El bosque de la noche” se han hecho afirmaciones del tipo que es una obra capital del siglo XX, pero también que es una obra oscura, ambigua y muy compleja. Lo cierto es que el estilo de Djuna Barnes es, cuanto menos, especial. Muy cercana al surrealismo por la importancia dada al mundo de los sueños y a todo lo onírico en general, lo que la hace especial es que, en las apenas 200 páginas, el relato no tiene una clara estructura de contenido. Es por ello que T. S. Eliot, autor del magnífico prólogo de la edición, llega a definir la escritura de Barnes como prosa poética. Y es cierto que el lenguaje empleado es sublime, de bellísimas metáforas, poético y musical, pero también barroco y algo retorcido.

En definitiva, una lectura que ha sido un placer difícil pero con grandes dosis de intensidad.
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