De vez en cuando, en los días de viento, Hervé Joncour bajaba hasta el lago y pasaba horas mirándolo, puesto que, dibujado en el agua, le parecía ver el inexplicable espectáculo, leve, que había sido su vida.
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De vez en cuando, en los días de viento, Hervé Joncour bajaba hasta el lago y pasaba horas mirándolo, puesto que, dibujado en el agua, le parecía ver el inexplicable espectáculo, leve, que había sido su vida.
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De vez en cuando, en los días de viento, bajaba a través del parque hasta el lago, y permanecía allí durante horas, en la orilla, mirando cómo la superficie del agua se agitaba, formando figuras imprevisibles que brillaban sin orden en todas direcciones. El viento era uno solo, pero sobre aquel espejo de agua parecían miles los que soplaban. De todas partes. Un espectáculo. Leve e inexplicable.
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Así pudo ver, al final, de repente, el cielo sobre el palacio tiznarse por el vuelo de cientos de pájaros, como si fuera un estallido de la tierra, pájaros de todo tipo, desorientados, huyendo hacia cualquier parte, enloquecidos, cantando y gritando, pirotécnica explosión de alas y nube de colores disparada en la luz y de sonidos asustados, música en fuga, volando en el cielo. |
Le dio las gracias a todos, dijo mil veces que no necesitaba nada y regresó a su casa. Nunca le había parecido tan grande: y nunca tan ilógico su destino. Como la desesperación era un exceso que no le pertenecía, se inclinó sobre cuanto había quedado de su vida y volvió a preocuparse por todo con la indestructible tenacidad de un jardinero en el trabajo, la mañana después de la tormenta. |
Es un dolor extraño; -dijo en voz baja- Morir de nostalgia por algo que no vivirás nunca.
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Dicen que en Japón se ha desatado la guerra, esta vez de verdad. Los ingleses le dan armas al Gobierno, los holandeses a los rebeldes. Parece que se han puesto de acuerdo. Los dejan desahogarse y después toman todo y se lo reparten. El consulado francés observa, ellos siempre observan. Sólo son buenos para mandar despachos que cuentan de masacres y de extranjeros degollados como ovejas
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Morir de nostalgia por algo que no vivirás nunca.
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Hervé Joncour continuó contando su vida como nunca en su vida lo había hecho. Aquella muchacha continuaba mirándolo con una violencia que imponía a cada una de sus palabras la obligación de sonar memorables.
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Era un hilo de oro que corría recto en la trama de una alfombra tejida por un loco.
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Ni siquiera llegué a oír nunca su voz y al cabo de un momento es un dolor extraño. Morir de nostalgia por algo que no vivirás nunca.
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