El pasado duerme detrás de aquella puerta que nunca abrimos.
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El pasado duerme detrás de aquella puerta que nunca abrimos.
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Los muertos se quedan para siempre congelados en sus virtudes, en los recuerdos más luminosos, mientras que los vivos cambian, evolucionan, toman decisiones, se separan, se alejan, te abandonan.
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Todo el mundo supone que es el único que tiene secretos, que los demás son almas cándidas, seres sencillos que viven sólo en la superficie mientras que uno es el único capaz de doblez, de profundidades que tiene que esconder de los que le rodean.
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Nunca había entendido ese afán, no sólo de mujeres, de ir a mirar tiendas, sobre todo en los aeropuertos donde todo era tres veces más caro. Debía de ser una de esas enfermedades de la sociedad contemporánea, una especie de "compro, luego existo". Cualquier día los ciudadanos pasarían a llamarse "consumidores" sin más y los que no pudieran comprar perderían el derecho al voto; y ser lector se consideraría una enfermedad, curable pero vergonzosa.
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Cada ser humano es un espíritu enorme encerrado en un cuerpo muy pequeño que envejece muy deprisa, en círculo familiar ridículo, en círculo de amistades diminuto... y nadie sabe nada de nadie. Nadie. Sabe. Nada. De nadie. ¿Me oyes? Ni quiere saber. Porque saber duele. Duele y hace que se te caigan al suelo los altos castillos que habías fabricado al querer a alguien. Cuanto más sabes de alguien, menos puedes idealizarlo.
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El dinero no dará la felicidad -le había dicho él con un guiño-, pero compra cosas que se le parecen mucho.
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Alicia era la muerta y los muertos ya no pueden decepcionar a nadie. Los muertos se quedan para siempre congelados en sus virtudes, en los recuerdos más luminosos, mientras que los vivos cambian, evolucionan, toman decisiones, se separan, se alejan, te abandonan.
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Esa perplejidad de darte cuenta casi de golpe de que eso ha sido todo, de que apenas te queda futuro, sobre todo si lo comparas con la cantidad de pasado que hay detrás de ti; esa desagradable sorpresa de saberte vieja, por muy joven que te sientas por dentro. Te habrás dado cuenta ya de que ese tipo de "revelaciones" -me refiero a lo de mirarte de refilón en un espejo y no reconocerte por unos segundos en esa anciana que te devuelve la mirada- viene como un relámpago, no poco a poco como uno supone de joven que le sucederá.
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El problema era que no quería escribirle, que detestaba hacerlo, que no tenía paciencia ni la había tenido nunca para poner sus palabras por escrito una tras otra; aparte de que, una vez escritas se quedaban así, congeladas en ese orden y con esa lógica, atrapadas en la sintaxis, fosilizadas para siempre. Y todo lo que no había sido escrito no contaba, no existía, desaparecía para siempre.
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Narrar recuerdos, cuando no hay más que un narrador, es escribir ficción. El pasado se inventa, tú lo sabes.
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Escribió un libro titulado "De lo espiritual en el arte"