Las auténticas victorias no se obtienen en un solo día. Tienes que tragarte el orgullo y la ira, y esperar.
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Las auténticas victorias no se obtienen en un solo día. Tienes que tragarte el orgullo y la ira, y esperar.
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La política es un juego sucio —dice—. Tu padre jugó mucho mejor que la mayoría, y ganó. Y siguió ganando, hasta que le venció otro hombre más listo. Pero él sabía mejor que nadie que en política, si no ganas, pierdes. Y en Roma, las apuestas son altísimas. Cuando pierdes, es tu vida la que está en juego.
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No dejemos que el miedo venza nuestra razón.
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El poder lo es todo. El poder político, financiero, físico y sexual. Y el poder solo existe si lo usas. Un esclavo es un esclavo no por voluntad de los dioses, sino porque un hombre tuvo la oportunidad de conquistar a otro.
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La jerarquía de Roma es tan injusta como inflexible. Debajo de todo están los esclavos, los más bajos entre los bajos; por encima de los esclavos, están los libertos, antiguos esclavos; luego, los mercaderes y comerciantes; luego, los caballeros, y, por fin, la clase senatorial. Actores, prostitutas y semejantes están también cerca del fondo, quizá un punto por encima de los esclavos, pero, definitivamente, por debajo de los libertos. Cada escalón está también en dividido por riqueza y linaje..., aunque como se aplican esos factores difiere según la clase en cuestión.
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Todo problema tiene una solución, sobrino. Vamos buscando hasta que encontremos la respuesta.
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—Creo que es imperativo que entiendas cómo funciona este mundo. Los actos inmorales y tener un carácter horrible no conduce necesariamente al castigo. Si esperas castigo para cada mala acción cometida, vivirás una vida larguísima y llena de sufrimiento.
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Odio a los putos romanos. Odio su pelo corto, sus caras peladas. Odio su grosería, su lascivia, su apetito infinito de sexo, comercio y bebida. Odio sus acentos, el del norte, el del sur, el patricio, el plebeyo..., Todos y cada uno son un ataque para los oídos, una daga para la paz mental. Odio cómo se visten, los colores vivos, la piel desnuda: brazos, hombros, pantorrillas sin pelos, cinco octavas partes de muslo... Odio el imperio, hasta el último trocito. Odio el calor opresivo de los veranos, los tentáculos de humedad pegajosos que empañan los pulmones y sofocan el pecho. Odio las asquerosas calle repletas de pobres harapientos. Odio a la gente: pintores, panaderos, soldados, taberneros, criadas, chambelanes, cocineros, carniceros, bataneros..., unos sinvergüenzas todos, del primero al último. |
Y, por favor, no me pidas que te explique por qué nuestro imperio todavía consulta un libro de versos que tiene mil años de antigüedad para determinar el destino de nuestra nación. Es una tontería, dejémoslo ahí.
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Era un recordatorio de una norma que nunca se debe olvidar: lo más sabio es evitar la ira de los reyes.
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¿Quién mata al elfo Dobby?