Orgullo y prejuicio

Leí Orgullo y Prejuicio por primera vez en una edición de Penguin malísima (con una traducción horrible de la que posteriormente me enteré que se saltaban hasta párrafos y que le faltaban varias tandas de correcciones importantes cuya ausencia provocaba dolor de ojos y de alma) y, aún así, me fascinó.

Pero no fue amor a primera vista. Llevaba bastante leído y yo pensaba... Si está genial escrito, muy minucioso, pero ¿y a mí que me importa que nos cuentes cada salida social de la protagonista a visitar a los vecinos, querida Jane? Pues bueno.
La magia es que en sus obras *importa todo*. Ella tiende hilos por un lado y por otro y por otro, y no te das cuenta, pero va entretejiéndolo todo para que de repente el final sea espectacular. Para que de repente veas que no te has dado cuenta antes, pero que cada nimio acontecimiento está escrito porque aporta sentido, y que el sentido y el mensaje de la novela es precioso (y necesario). Un final con el que Austen ha conseguido que se la reconozca como la escritora que siempre fue, por encima del paso del tiempo, por encima de los prejuicios de género.

Porque Orgullo y Prejuicio es un clásico que merece serlo, y porque Austen es una autora que merece ser leída. Porque, sí, (sorpresa) las mujeres también escriben clásicos. Hay que estudiarlas también. Y hay que leerlas más.
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