La abadía de Northanger

-Señorita Morland, tengo un concepto muy alto de la inteligencia de todas las mujeres del mundo, y en especial de aquellas con quien esté en un momento determinado, quienesquiera que sean.
-Con eso no basta. Haz el favor de ser más serio.
-Señorita Morland, no hay nadie que tenga un concepto más alto de la inteligencia de las mujeres que yo. En mi opinión, la naturaleza les ha dado tanta que nunca necesitan usar más de la mitad.

Al estar ya habituada, no la molestaban mucho los comentarios y exclamaciones de la señora Allen, cuya vacuidad mental e incapacidad de pensamiento eran tales que, del mismo modo que nunca podía hablar durante largo tiempo, tampoco podía estar nunca del todo callada, y en consecuencia, mientras estaba haciendo labor, si perdía la aguja o se le rompía el hilo, u oía un carruaje en la calle o veía la menor mota en su vestido, tenía que comentarlo en voz alta, ya hubiese alguien para contestarle o no.

La amistad es sin duda el mejor bálsamo para paliar el dolor de las decepciones amorosas.

Todas se han hallado en peligro, o al menos lo han creído, de ser perseguidas por alguien a quien deseaban evitar, y todas han deseado recibir las atenciones de otro al que querían agradar.

La persona, ya sea dama o caballero, a la que no agrade una buena novela, ha de ser estúpida hasta los límites de lo soportable.

En esta vida todos los placeres tienen un precio, y a menudo los adquirimos pagando uno demasiado alto, pues entregamos el dinero en efectivo de nuestra felicidad del presente a cambio de un pagaré del futuro que tal vez no podamos llegar nunca a cobrar

No sé querer a la gente a medias, no es mi manera de ser. Mis afectos son siempre extremadamente intensos.

-[...] A ningún hombre le ofende la admiración que otros sientan por la mujer que ama, pero sólo la mujer puede atormentarle.

- Entonces estamos en una altura muy desigual, porque yo la entiendo a la perfección.
- ¿Yo? Claro, no sé hablar suficientemente bien para ser ininteligible.
- ¡Bravo! Una excelente sátira del lenguaje moderno.

Le gustaban todos los juegos de muchachos y prefería siempre el criquet no sólo a jugar con muñecas, sino a todos esos entretenimientos más propios de la infancia de una heroína, como son el cuidar un ratoncito, dar de comer a los canarios o regar los rosales.