Emma quizá no sea la novela más conocida de
Jane Austen, pero resulta de lo más interesante adentrarse en sus páginas y conocer a su protagonista.
Con 21 años, la señorita Woodhouse reside con su padre en una tranquila localidad rural en la que ambos disfrutan de una posición más que acomodada y son respetados por todos sus vecinos. A raíz del reciente matrimonio de la adorada institutriz de la joven —que su pupila ayudó a fraguar—,
Emma decide ejercer de nuevo como celestina para lograr que, en esta ocasión, sea su nueva amiga Harriet la que encuentre un buen esposo y, de paso, ascienda en la escala social.
Emma es todo un personaje y, al principio del libro, nos sorprende su manera de comportarse, ya que es muy diferente al tipo de protagonistas al que
Jane Austen nos tiene acostumbrados. Sin problemas de dinero, no se plantea casarse y es admirada por todo el mundo, que la considera el súmmum de elegancia, saber estar e inteligencia, y la muchacha así lo cree. Sin embargo, a medida que avanzamos en la lectura, descubrimos que también es capaz de meter la pata —¡y hasta el fondo!—, pese a los esfuerzos de Knightley, quien procura corregirla y hacerle ver que está equivocada.
Lo que más me gusta de esta novela son los numerosos contrastes que la autora plasma en ella y que, por mencionar uno, se reflejan en que, aunque
Emma y su padre viven en su propio mundo, y Knightley es la racionalidad, cabalidad y serenidad personificadas, encajan perfectamente.
Destacables son los papeles de Harriet —que casi podríamos comparar con Sancho Panza cuando actúa de un modo más quijotesco aún que el famoso hidalgo manchego—, la señorita Bates —ejemplo absoluto de bondad y, sobre todo, de la mayor de las inocencias— y la señora Weston, la figura materna por excelencia de la obra.
No os perdáis esta historia.