La indecisión hace que no sepamos realmente lo que queremos hasta que nos dicen que no lo podemos tener. La envidia nos convierte en seres mezquinos; en peores hijos, en peores hermanos, en peores personas. El tiempo pasa y hay decisiones que no se pueden postergar. Y las dudas, los arrepentimientos, la incapacidad para aceptar (o tan siquiera buscar) el origen del problema, lo vuelve todo cada vez más complicado. Y la familia...Ay la bendita familia. Ese entorno donde se habla de todo y no se dice nada, donde nadie conoce a nadie y las horas compartidas, donde nos resistimos a perder el papel que asumimos desde la infancia, o a cambiarlo, o a reconocer, simplemente, que no es para nosotros. Cuando los niños se convierten en adultos, y todos en la misma casa se encuentran en el mismo nivel, hay mucha tela que cortar. |