Tengo el sendero de la playa metido en el cuerpo, da igual el tiempo que haga que no vengo.
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Tengo el sendero de la playa metido en el cuerpo, da igual el tiempo que haga que no vengo.
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Los niños de los demás, siempre, por todas partes.
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Algún día, me dije ahí tumbada en la silla del ginecólogo, algún día tendrá que funcionarme, y el mero hecho de tenderme en esa silla me hizo creer que ocurriría, tanto lo del novio como lo del niño, solo estar allí era ya una promesa de que algún día vendría algo más, algún día.
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Hay muchas maneras de llevar una buena vida.
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Olea siempre va corriendo, como si la esperara algo divertido en algún sitio.
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Los niños de los demás, siempre, por todas partes.
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Duermo sola y me despierto sola, estoy sola cuando voy al trabajo y sola cuando vuelvo, no me quejo, no hay que ser quejica. Pero la soledad es un círculo que no deja de crecer a no ser que aparezca un novio, si no aparece alguien con quien usar los óvulos congelados me voy a pasar los próximos cinco o diez o veinte o treinta años exactamente igual que ahora, de aquí hasta el final.
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[…] los niños tienen que poder ser niños.
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Podría seguir hasta perder de vista la costa, hacerme cada vez menor, disolverme, transformarme en agua, concha, alga y piedra. No se darían ni cuenta. ¿Dónde está Ida? No sé. Estaba aquí hace un momento, ¿no? Ya volverá.
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Gregorio Samsa es un ...